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era de la jurisdicción del señor Builes, pude sacarlas al año. Y digo que con
hambre estuvieron allí las hermanas, porque las provisiones habían de lle-
varlas desde la Colonia y aquello presentaba la dificultad de la trocha y los
ríos crecidos. Y si se habla del hambre espiritual… Sólo cada tres a cuatro
meses iba un sacerdote y les decía una Misa.
Las otras fundaciones que se hicieron en los tiempos del señor Builes,
aunque no fueron en tan pésimas condiciones, fueron todas sin base de
estabilidad. Por esto y por otras razones, puede verse que el señor Builes
no podía ser el obispo de una congregación como ésta, pero tanto él como
nosotras lo creíamos, porque yo, aunque veía estas cosas, las interpretaba
siempre por algún lado favorable.
Por dos veces hizo publicar relaciones que Ie mandaban las hermanas
del Sinú pedidas por él, se entiende, malísimamente escritas y con cosas
que lejos de acreditar la pobre Congregación, la desacreditaban y llevaban
a la mente de las gentes argumentos contra las vocaciones. Por todo se
puede asegurar hoy, que si la Congregación no hubiera salido de la juris-
dicción del señor Builes, habría fracasado de muchos modos.
No hay que negar que él la quería y que la amparó en hora muy oportuna
y tuvo finezas especiales con ella, aunque esto duró muy poco tiempo.
En el seminario de Santa Rosa
A fuer de agradecida con él, le mandé unas tres hermanas a organizar la
cocina del seminario que le inquietaba mucho, porque la salud de los alum-
nos sufría considerablemente. Le puse como condición que mejorara la
estancia de las hermanas de modo que quedara decente y que sólo estarían
allí, mientras se podía encontrar una seglar competente, para que conti-
nuara en lugar de ellas. Varias veces me dijo después, que las dejara como
en fundación destinada al buen manejo de la parte económica del semina-
rio. Le manifesté que era imposible, toda vez que eso no era ni entraba en
nada en el fin de la congregación. Pero como con esto no quedaba tranqui-
lo, le dije que el único modo como podía arreglarse sería pidiendo a Roma
que cambiara el fin de la tercera categoría de hermanas de la Congrega-
ción, de modo que en lugar de la agricultura, se ocuparan en los semina-
rios. Esto le alegró muchísimo y prometió que escribiría a Roma pidiendo
la licencia.
Algunos meses después me dijo que ya le habían contestado. Bien exa-
minada la cosa resulta que él pidió permiso distinto. Lo que pidió fue que
Capítulo LVIII. En el seminario de Santa Rosa