901 de las misiones. Esto me asombra no poco: ¡Cómo es que Dios se vale de una mujerzuela para cosa de su gloria! Salimos de Bogotá con tres postulantes que habían recibido la aproba- ción del señor. nuncio y la señorita Perdomo recibió además de él, una buena ayuda para su dote. Esto y lo de la conferencia, fueron las únicas prendas que llevaban a creer que no creía muy descaminada la Congrega- ción. En una de las visitas a la casa de los jesuitas conocí al padre Campoamor de quien muchas cosas sabía por el reverendo padre Arteaga. A este padre le había pedido las niñas que tenía en el Golfo. Mucha sorpresa tuve cuan- do él con un desagrado grande me dijo: Yo no di mi consentimiento para que se fueran estas muchachas; esa empresa del señor Arteaga no tiene plan de salir. Al pedir esas niñas que yo tenía en una casa de agricultura aquí, me dijo que eran para reemplazar a las misioneras de la Madre Laura porque con ellas tenía algunas diferencias; pero yo no le pregunté cuáles; sólo sé que no di mi consentimiento y que se fueron sin él; que les he negado la bendición cuando me la han pedido en carta. Noté pues que estaba muy disgustado el padre; pero la gran noticia que me dio, fue lo de que el señor Arteaga las había llevado al Golfo para reemplazar a las misioneras. A mí me había comunicado, cuando las lleva- ba, que era sólo como sirvientas para ellos y para las hermanas. Después, por supuesto, comenzó la hora de suplantación de que creo haber hablado; pero siempre negándolo de palabra. Di gracias a mi Dios por haberme hecho conocer esto que me ponía en posesión de la verdad, respecto de las intenciones del señor prefecto y su proyectada fundación. Capítulo LII. Regreso a Antioquia