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Por más que la hermana me hizo reflexiones, nada adelanté; mi paz, la
calma que mi alma sentía, me hacia ver que Dios estaba conmigo y que
porque buscaba el camino de la verdad, me guiaría siempre.
Pero cabe una explicación, padre: A cualquiera se Ie ocurrirá que yo
estaba viendo en lo falso lo verdadero o que reconocí en mi alma las faltas
de que el señor prefecto me había acusado. Pues no, padre. Muy claro veía
ser ellas falsas y aun reconocía que provenían de fuentes apasionadas y
llenas de errores; sabía de dónde las había tomado el señor Arteaga y no
podía quedarme duda del apasionamiento y la mentira. Tampoco veía lo
falso como verdadero porque, aunque vista con ojos humanos o mejor
dicho con la luz humana mi conciencia, no presentaba las deformidades
de que hablo porque verdaderamente el Señor me asistió desde la niñez y
me libró de los grandes pecados en que hubiera caído irremisiblemente sin
su gracia especial; pero la luz divina de aquella noche me mostró muy
claro ese fondo malo, esa potencia para el pecado, esa impotencia para lo
bueno y esa desconcertadora oscuridad que el alma tiene en sí misma,
desde la caída original, acrecentando todo con mis pecados que si por
misericordia de Dios no han sido mayores, sí son los que entrañan mayor
ingratitud.
Total que aquella suprema luz que creo muy semejante a la que tendrán
las almas al presentarse, en el momento de expirar, delante del esplendor
de Dios, me mostró la suprema verdad de mi miseria desnuda. Decía y
sentía, pues, la verdad. ¿No es verdad padre mío?
Recordaba yo haber visto en un museo unos animalitos monstruosos,
conservados en frascos llenos de alcohol y que se conservan allí por años
y años, y me decía: Estos animalitos tienen tal tendencia a corromperse
que han tenido que dejarlos entre alcohol y si de él los sacaran, al momen-
to se pondrían insufribles. Pues así veía mi alma, conservada por una gra-
cia especial y si de ella saliera o si ella se me apartara, al momento estaría
buena sólo para tizón del infierno.
Pero hay más: Aquellos animalitos, a pesar de estar conservados por el
alcohol, son siempre fastidiosos y nadie quisiera ponerles ni la punta del
dedo, y su gran corruptibilidad contenida por alcohol y todo, siempre va
presentando ciertas manchitas y ciertas arrugas que denuncian bien lo que
son esos animalejos. Pues así veía mi alma: Aunque preservada por la
gracia, de grandes pecados, ha presentado a los divinos ojos imperfeccio-
nes y cosas que bien denuncian lo que soy y lo que fuera sin esa gracia
Capítulo LII. Cuánto alumbra y serena la verdad