660 Cayendo en unas partes y levantando en otras, pero confortados con la santa presencia de Dios, salimos a las nueve de la noche al abierto indica- do, en donde el ladrar de unos perros nos indicó que había rancho habitado y, por consiguiente, dónde pasar la noche. Posada en La Blanquita ¡Todo es un banquete para los que buscan a Dios con rectitud, padre! Aquel sitio se llama "Cabeceras de la Blanquita" Allí una gentecita senci- lla y pobrísima, salió a nuestro encuentro con señales de alegría bien ma- nifiesta. El ranchito era un pajaratico* que apenas nos permitía entrar. Pero con el buen gusto y hospitalidad de aquellas gentecitas, se nos volvía un palacio. Allí el padre Guillermo, al pie del fogón, nos divirtió mucho, ayudando a hacer la comida, con el interés del fuego para calentarse. Aun- que aquello era ya tierra caliente, como habíamos llevado agua todo el día sobre las espaldas, no era mucho el calor que conservábamos, y como el hambre es frío hasta el escándalo, no había que esperar que el clima hicie- ra sentir su calor. Apenas puede creerse que hubiéramos podido acomodarnos, desacomodando a los pobres moradores de aquel palacio, en tan pequeño espacio y con toda la decencia del caso. De mí sé decir que no podía vol- ver el cuerpo de un lado a otro sin tocar el techo, que no me permitía la vuelta. La gentecita nos ayudó a rezar, antes de acostarnos y les propina- mos buenos cantos, como en pago de su hospitalidad. Por supuesto que estos cantos no fueron ejecutados por mí, pues hubiera sido pagarles bien mal por sus bondades. El reverendo padre era especial en el arte. Por la mañana nos dimos cuenta en dónde estábamos. Era aquel abierto la primera tierra que se pisa del valle del Murrí. La casita, cerca de una quebrada muy hermosa llamada la Blanquita, pero los conocedores se an- ticiparon a decirnos que tuviéramos mucha maña al andar, aunque fuera muy cerca del ranchito, pues las culebras abundaban y podían darnos un susto. ¡Buena noticia aquella, Dios mío! Pero, a nosotras, qué… ¡Todo eso estaba ya sentido y superado! Las hermanas participaban de todas esas luces que Dios me daba y se empapaban en el mismo espíritu. En cual- quier situación les bastaba mirarme para saber cómo debían sentir del caso. Así me entendían. Después de tomar un buen desayuno y de arreglar algunas cositas y de secar un poco la ropa, seguimos Blanquita abajo, por un caminito más o Capítulo XXXIX. Posada en La Blanquita