629
los hambrientos canes no podía ser de ninguna manera ofensiva para ellos,
porque nos hacíamos más y más odiosas a los dueños, cuyo cariño era
preciso conseguir a toda costa, si queríamos lograr hacerlos cristianos.
Manejó la madre San Benito con tal destreza las varas, que los perros
amedrentados, corrieron pronto a refugiarse bajo el bohío. El viejo dueño
de la casa, parado sobre el tablado, aguzaba a los perros para que nos
impidieran la entrada, sin disimulo de ninguna clase; pero cuando vio lo
poco que duró la lucha de los perros con nosotras y lo pronto que éstos se
escondieron, sin hacer caso a sus voces, se pasó al otro lado del bohío y
muy cariagrio esperó nuestra pasada por delante del bohío. Nuestro ade-
mán, claro está, era como el de quienes pasan adelante sin interés en la
cosa. Me adelanté algunos pasos y como aquello era pendiente, me aho-
gué mucho, de lo cual hice un argumento para gritarle al viejo, si me daba
permiso de descansar en su casa. El pobre viejo temblaba de miedo disi-
mulado y me decía:
- ¡Mejor jogate, (ahogate) jogate! ¿pa que vos veniendo? ¡Jogate, jogate!
¡Yo no deja sentar mi casa! ¡Jogate! ¡Tu camino seguí, este camino rial
no es! ¡Seguí tu camino!
Yo, como quien no entiende nada, le decía: Yo mucho cansada, siempre
tiene que entrar su casa pa descansar, alante no puede seguir.
Nada le valía al viejo, para dejarme entrar; pero mientras alegábamos y
él me señalaba el camino para seguir, yo ganaba terreno, subiendo como
quien no lo siente, la escalerita, hasta que logré sentarme cerca de él, que
se iba haciendo para atrás a la vez que me decía: ¡Tu camino seguí...!
Me senté en el borde del tablado. El viejo, muy mohíno, se sentó también,
como desconsolado por mi resistencia; pero no podía dejar de mirarme
casi triste... Por esto no advirtió que las hermanas se le habían entrado por
detrás del bohío y estaban dueñas del fogón y de un cántaro en el que
hacían chocolate. ¡Por esto puede colegirse el mucho miedo que el viejo
tenía!
Saqué un espejito del bolsillo y dejándoselo ver, como quien no lo quiere,
me puse a mirarme y admirar mi belleza, con expresiones como esta: ¡Yo
está cara tan bonita! ¡Todo madre muy bonito! El viejo me veía y me veía
como afirmando lo que decía, sin atreverse a decir ni una sola palabra;
entonces poniéndole el espejo delante, le dije:
Capítulo XXXVIII. Providencial hallazgo