606 Es necesario advertir, Padre, que jamás sobresalió el padre Peña ni por arrojado ni por imprudente, era un hombre reposado y prudente; muy cul- to, de maneras finas y muy virtuoso. Me preguntarán entonces, ¿por qué lo que acabo de referir? No puedo explicármelo, ni tampoco se lo explicaba el padre Elías. Parece que Dios lo permitió para que éste último nos diera ese ejemplo de obediencia y disciplina tan especial y para probar la fe de las hermanas. Salimos, padre, pasadas las dos de la tarde. Todo el pueblo salió a des- pedirnos a la playa, llenos de lágrimas y con su afán de pronósticos fieros. Aquello parecía el día del juicio. ¡Todos con los brazos abiertos despi- diéndonos para la eternidad. La lluvia comenzaba... y … partió la canoa! Comenzamos a rezar... aquel río es bellísimo, de una apacibilidad muy hermosa e imponente en aquel punto. La lluvia arreciaba lentamente y así nos fuimos alejando. Los bogas en silencio empujaban la canoa hacia las orillas, sin duda porque favorecida por las frondas de los árboles de la ribera, estaba más a cubierto del viento que amenazaba volverse tempes- tuoso. No sé qué pensaban los demás. De mí doy cuenta que después de que la canoa partió no tuve miedo; me eché en brazos de Dios y la impo- nencia del río me daba ánimo. No había cómo pensar en que en caso de peligro podíamos tirarnos a una orilla, porque en todo el trayecto navega- ble, aquel río no tiene una sola orilla accesible: son peñascos elevadísimos que encajonan el río, obligándolo en algunos recodos, a estrellarse estrepi- toso. Las frondas de los árboles muy inclinadas y majestuosas besaban las aguas casi en todo el trayecto, porque nacen en las rendijas de las rocas o en las paredes de los peñascos. Por debajo de las frondas, iba nuestra canoa, de modo que podíamos ayudar a empujarla en los puntos duros para la fuerza de los bogas, hacien- do palanca teniéndonos del ramaje. En algunas partes debíamos ir acosta- das en la canoa para evitar el roce con las ramas que nos hubieran sacado de la canoa. Y como aquello era constante, con pocos intervalos de camino distinto, resultaba de gran cansancio, el cual crecía con lo de tener que resistir un vaivén fuerte de la canoa por la dirección impresa por el boga, con el fin de evitar las partes peligrosas. Creo que no es posible tener rato, en que la presencia de Dios y el recurso a Él, se impongan más que en esto. Íbamos verdaderamente en sus brazos, más que en la concavidad de la canoa. Su Providencia era la única que podía salvarnos en tan frágil embarcación sobre un elemento tan terri- ble cual se iba poniendo aquel río a medida que la lluvia arreciaba y cuan- Capítulo XXXVII. Parece asombrosamente misericordioso y lindo