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Es necesario advertir, Padre, que jamás sobresalió el padre Peña ni por
arrojado ni por imprudente, era un hombre reposado y prudente; muy cul-
to, de maneras finas y muy virtuoso. Me preguntarán entonces, ¿por qué lo
que acabo de referir? No puedo explicármelo, ni tampoco se lo explicaba
el padre Elías. Parece que Dios lo permitió para que éste último nos diera
ese ejemplo de obediencia y disciplina tan especial y para probar la fe de
las hermanas.
Salimos, padre, pasadas las dos de la tarde. Todo el pueblo salió a des-
pedirnos a la playa, llenos de lágrimas y con su afán de pronósticos fieros.
Aquello parecía el día del juicio. ¡Todos con los brazos abiertos despi-
diéndonos para la eternidad. La lluvia comenzaba... y … partió la canoa!
Comenzamos a rezar... aquel río es bellísimo, de una apacibilidad muy
hermosa e imponente en aquel punto. La lluvia arreciaba lentamente y así
nos fuimos alejando. Los bogas en silencio empujaban la canoa hacia las
orillas, sin duda porque favorecida por las frondas de los árboles de la
ribera, estaba más a cubierto del viento que amenazaba volverse tempes-
tuoso. No sé qué pensaban los demás. De mí doy cuenta que después de
que la canoa partió no tuve miedo; me eché en brazos de Dios y la impo-
nencia del río me daba ánimo. No había cómo pensar en que en caso de
peligro podíamos tirarnos a una orilla, porque en todo el trayecto navega-
ble, aquel río no tiene una sola orilla accesible: son peñascos elevadísimos
que encajonan el río, obligándolo en algunos recodos, a estrellarse estrepi-
toso. Las frondas de los árboles muy inclinadas y majestuosas besaban las
aguas casi en todo el trayecto, porque nacen en las rendijas de las rocas o
en las paredes de los peñascos.
Por debajo de las frondas, iba nuestra canoa, de modo que podíamos
ayudar a empujarla en los puntos duros para la fuerza de los bogas, hacien-
do palanca teniéndonos del ramaje. En algunas partes debíamos ir acosta-
das en la canoa para evitar el roce con las ramas que nos hubieran sacado
de la canoa. Y como aquello era constante, con pocos intervalos de camino
distinto, resultaba de gran cansancio, el cual crecía con lo de tener que
resistir un vaivén fuerte de la canoa por la dirección impresa por el boga,
con el fin de evitar las partes peligrosas.
Creo que no es posible tener rato, en que la presencia de Dios y el
recurso a Él, se impongan más que en esto. Íbamos verdaderamente en sus
brazos, más que en la concavidad de la canoa. Su Providencia era la única
que podía salvarnos en tan frágil embarcación sobre un elemento tan terri-
ble cual se iba poniendo aquel río a medida que la lluvia arreciaba y cuan-
Capítulo XXXVII. Parece asombrosamente misericordioso y lindo