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advierte a manera de recuerdo. ¿Quién comprenderá estas cosas? ¿Ni quién
sabrá expresarlas? ¡Pero no creo que pueda llamarse eso un recuerdo, es
más bien una visión del pasado! Que el que sepa de terminologías
teológicas, ponga la palabra que sea, yo no sé más.
Como he dicho, padre, mi alma había empezado a simplificarse mucho
desde aquel cerco del demonio; pero con estas manifestaciones de Dios en
mi alma, aumentó esa simplificación de un modo increíble, puede decirse
que estas simplificaciones hubieran hecho a un lado todo lo que antes
había quedado de terreno en mí. Así me parecía o me parece ahora. Sin
embargo, lo digo con temor, porque la experiencia me enseña que éstas
son graduales y cuando he creído que un asunto no se puede más, salgo
equivocada, al ver después que avanza y avanza a grados no antes vistos.
Labor del padre Elías
Pero no paró en esto el beneficio del padre Elías. Después de definir mi
espíritu y fijarlo ya en algo muy real, dándole el vuelo que necesitaba y
que debe tener todo lo que adquiera equilibrio, puso manos a la obra de
probarlo. Para ello se le presentaba campo muy fácil en mi conducta exter-
na que no llenaba ni llena, según creo, las condiciones correspondientes a
lo que interiormente hacía Dios.
Esto es fácil de comprender y muy natural, porque por un lado iba el
interior, y por otro bien distinto, el exterior. Este último jamás me preocu-
pó de un modo serio, sobre todo después de que comprendí, que nunca
abordaría con mi trabajo de adicionar actos y virtudes y cositas, a las pla-
yas de la santidad; desde entonces, dije, me fijé menos en las formas exte-
riores de las virtudes, que en el amor y vida interior de todas las obras.
Pues esta circunstancia favoreció al padre Elías para emprender la ben-
dita campaña de purificarme. Debo confesar sin embargo, que no tuve en
ello mucha dificultad, porque a pesar de fustigarme y tratarme tan duro
como podía, (y podía mucho por lo muy áspero de su carácter y su nacio-
nalidad misma, le daba condiciones para ello). Aprobaba siempre mi espí-
ritu interior, con lo cual me ponía en tal placidez de espíritu, que no me
rizaban siquiera el alma, las asperezas con que me trataba y corregía. Lle-
gó hasta pegarme en cierta ocasión, sin que él lo advirtiera. Tanto era lo
que lo dominaba el carácter y la ofuscación, en ciertas condiciones.
Iba con él para la fundación de Murrí, por uno de esos caminos que sólo
transitan las cabras y naturalmente, el pobre padre sufría al verme pasar
Capítulo XXXVI. Labor del padre Elias