555 las bien del valor de su misión y de lo serio del compromiso que hacían con Dios a la vez que hacer que salieran con tal rectitud de intención y de tal amor de Dios y de las almas, que pudieran con las inclemencias que las aguardaban. No puedo decir que me dio trabajo hallar ese medio, padre, porque hoy veo que entonces todo lo de la Congregación, por desconocido que me fuera, me salía con tal facilidad, como sale el aire de los pulmones. Inmediatamente que pensé en la necesidad a que me refiero, dije: ¡Una ceremonia de salida me dará el espíritu y resultados que busco!. Ensegui- da lo hablé con las compañeras y convinimos en que aquello le agradaría a Dios… y manos a la obra. En un abrir y cerrar de ojos, apunté en un pape- lito lo que se me ocurrió conveniente para aquello y se lo leí a las compa- ñeras, quienes lo oyeron y se conmovieron hasta llorar. Aquí está la clave, me dije, si conmueve, llenará su objeto. Por fin comunicó el reverendo padre Uribe, que estaba terminada la casa de Rioverde. El señor obispo creó en esa región o comarca, una viceparroquia, para que el capellán tuviera algunas entradas, aparte de un pequeño sueldo que él, de su propio peculio le asignaba. A esta viceparroquia la nombró Santa Catalina de Sena y la separó de Frontino. Hasta entonces nuestras relaciones con los padres Carmelitas eran muy pocas y sólo de cuando en cuando se presentaban a prestar algún servicio en Dabeiba. Como el padre Uribe me había ofrecido, como dije antes, dejar la pa- rroquia, para irse a trabajar con los indios, le escribí esto al señor obispo para facilitarle la consecución de capellán. El señor obispo, aceptó la re- nuncia del padre Uribe aunque no entonces; para la nueva fundación fue nombrado el reverendo padre Carlos Duque, quien como conocedor ya de todo lo nuestro, dejaba al señor obispo muy tranquilo en cuanto a nuestra nueva instalación. La elección de superiora para la nueva fundación, recayó provisional- mente, sobre la menor de las fundadoras, la Madre San José. Esto parecía desacertado, pues entre las nombradas estaba la Madre del Sagrado Cora- zón, de setenta años de edad y la Hermana María de la Santísima Trinidad, de alguna edad también. Mas, la primera, era muy impedida a causa de sus enfermedades y la segunda era más joven en religión que la Madre San José. A pesar de que todas las razones mostraban, de que ésa debía ser la superiora, no me resolví a hacerle el nombramiento definitivo sino que le dije, fuera provisionalmente, mientras podía enviar a una de las mayores. Además, me parecía esto más caritativo que hacerle aceptar definitiva- Capítulo XXXIV. Fundación en Rioverde