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las bien del valor de su misión y de lo serio del compromiso que hacían
con Dios a la vez que hacer que salieran con tal rectitud de intención y de
tal amor de Dios y de las almas, que pudieran con las inclemencias que las
aguardaban. No puedo decir que me dio trabajo hallar ese medio, padre,
porque hoy veo que entonces todo lo de la Congregación, por desconocido
que me fuera, me salía con tal facilidad, como sale el aire de los pulmones.
Inmediatamente que pensé en la necesidad a que me refiero, dije: ¡Una
ceremonia de salida me dará el espíritu y resultados que busco!. Ensegui-
da lo hablé con las compañeras y convinimos en que aquello le agradaría a
Dios… y manos a la obra. En un abrir y cerrar de ojos, apunté en un pape-
lito lo que se me ocurrió conveniente para aquello y se lo leí a las compa-
ñeras, quienes lo oyeron y se conmovieron hasta llorar. Aquí está la clave,
me dije, si conmueve, llenará su objeto.
Por fin comunicó el reverendo padre Uribe, que estaba terminada la
casa de Rioverde. El señor obispo creó en esa región o comarca, una
viceparroquia, para que el capellán tuviera algunas entradas, aparte de un
pequeño sueldo que él, de su propio peculio le asignaba. A esta
viceparroquia la nombró Santa Catalina de Sena y la separó de Frontino.
Hasta entonces nuestras relaciones con los padres Carmelitas eran muy
pocas y sólo de cuando en cuando se presentaban a prestar algún servicio
en Dabeiba.
Como el padre Uribe me había ofrecido, como dije antes, dejar la pa-
rroquia, para irse a trabajar con los indios, le escribí esto al señor obispo
para facilitarle la consecución de capellán. El señor obispo, aceptó la re-
nuncia del padre Uribe aunque no entonces; para la nueva fundación fue
nombrado el reverendo padre Carlos Duque, quien como conocedor ya de
todo lo nuestro, dejaba al señor obispo muy tranquilo en cuanto a nuestra
nueva instalación.
La elección de superiora para la nueva fundación, recayó provisional-
mente, sobre la menor de las fundadoras, la Madre San José. Esto parecía
desacertado, pues entre las nombradas estaba la Madre del Sagrado Cora-
zón, de setenta años de edad y la Hermana María de la Santísima Trinidad,
de alguna edad también. Mas, la primera, era muy impedida a causa de sus
enfermedades y la segunda era más joven en religión que la Madre San
José. A pesar de que todas las razones mostraban, de que ésa debía ser la
superiora, no me resolví a hacerle el nombramiento definitivo sino que le
dije, fuera provisionalmente, mientras podía enviar a una de las mayores.
Además, me parecía esto más caritativo que hacerle aceptar definitiva-
Capítulo XXXIV. Fundación en Rioverde