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también a las pasadas, porque ahora mismo que escribo algunas, su re-
cuerdo es como algo refrescante; no se me vuelve humillación verdadera.
¿Qué será esto? No pasa por mi alma nada desagradable al recordarlas y
sí, algo como un aliento de verdad y de Dios.
Hay en mi alma tantas cosas que no entiendo... Mis sentimientos vie-
jos en lo de humillaciones hoy me apenan, como me apena el haber llora-
do cuando estaba niña, por la pérdida de un juguete. Pero como he de
obedecer a referir las cosas como pasaron y darles el nombre que les daba,
ahí están tales como las veo en la memoria.
Escribí el reglamento
En éstos o parecidos sentimientos me ejercitaba para preparar mi inte-
rior a la gran gracia; pero creo que la mejor y casi única buena prepara-
ción, la hacía Dios, prolongando mi dolorosa espera y aumentando cada
día la amargura y el sentir caer las almas de los infieles durante las noches.
No sé como pude resistir, físicamente hablando, el empuje de tales
amarguras. Espiritualmente, me sostenía lo poco que podía leer en los
libros de la Sagrada Escritura, aunque el tiempo era demasiado poco.
Para prueba de cómo tenía que hacerlo rendir, se me ocurre referir,
cómo escribí lo que llamaba. "Reglamento que deben observar las maes-
tras de los indios" (Lo que después vino a ser, la base de nuestras Consti-
tuciones).
No recuerdo si dije antes, que desde uno o dos años antes del viaje, un
padre confesor me indicó que debíamos llevar un reglamento de vida y
que debía hacerse antes. Puse manos a la obra en aquel reglamento que
debía obedecer a las reglas de la mayor perfección cristiana. Pero no podía
disponer para ello de más tiempo, que el que gastaban mis discípulas en
resolver algún problemita en clase de aritmética; Se los escribía en el ta-
blero, luego ellas en voz baja lo resolvía cada una, lo cual me dejaba mo-
mentos para la empresa del reglamento. De modo que mantenía a la mano
el cuaderno y en cualquier momento, aunque fuera con todas las alumnas
encima, hacía una reglita.
Dios permitió que sirvieran de algo; pero yo, si he de hablar con fran-
queza, esperaba que no servirían para nada; sin embargo, las hacía llena de
fe en que Dios más tarde daría quien hiciera las que verdaderamente ha-
brían de servir e informar el espíritu que se requería para obra tan nueva y
Capítulo XXVI. Escribí el reglamento