370 ordenanza que autorizara el auxilio de la catequización de los indígenas. Esto último sobre todo, me daba mucho qué hacer, pues casi tenía que catequizar a los diputados y empleados para que les entrara la idea de emprender la obra, probándoles sus facilidades, al menos las que yo le veía al difícil asunto, y teniendo que atender además, a arreglar lo de algu- nas compañeras que también se les presentaban dificultades; en fin, abriendo caminos para mover el cielo en favor de la empresa. 66 A pesar de todo esto, mi espíritu no sufría la consiguiente disipación. Esto me sorprende más hoy que entonces. Lo veo como una de las mayo- res gracias que Dios me otorgó. Los sentimientos antes apuntados crecían en mi alma. Al principiar el año de 1913, escribí: ¡Dios mío! me apena tener mi alma en las manos, no me la dejes por más tiempo, que mientras esté en mis manos, no haré sino empolvarla. Glorifícate tomándola en las tuyas. Haced que quien la dirija, se convenza de que no dirige un alma de mujer sino un alma de Dios; así se esmerará más y además trabajará por quitarla de mis manos. No me doy mucha cuenta de por qué escribí esto; pero todas estas co- sas, dejaban más y más paz en mi interior. Misas por la obra Se me ocurrió, que para alcanzar la gracia de la obra, necesitaba conse- guir que cada sacerdote de la ciudad, celebrara una misa por esa intención y que había de pedírselas de limosna. Consulté si debía hacerlo y me contestó el confesor que debía hacerlo. Emprendí la tarea y como debía decirle a todos inclusive a los no pocos que eran mis enemigos, y mucho más de la empresa, pasé varios chascos. Sin embargo, conseguí un número de misas que me llenó de confianza. Una señora me ofreció que me daba las que más me costara pedir; le acep- té la oferta, pero con ello sólo aumenté el número de misas porque no me resolví a dejar de pedir a todos, este precioso contingente. Los que no me lo daban, por lo menos me obsequiaban con la humillación de la negativa. 66 La Ordenanza No. 17 está fechada en marzo 30 de 1914. Capítulo XXIII. Misas por la obra