362 bajo que lo sea más que yo, de donde se sigue que el más vil lugar, me honraría grandemente. Sigue pues, Señor, tomando tu víctima y no me escasees dolores si ellos han de consumar el holocausto. Comprendo que mi camino único y seguro es el de la humillación. Dos cosas hay que hacer: La una es mía y la otra es tuya. La mía es humillarme constantemente y la tuya, es santificarme levantando sobre mis ruinas un monumento de vuestra gloria. Comprendo que mientras más me humille, más gloriosa será para Ti mi santificación. Por eso anhelo lo humillación, como el sediento desea las aguas. Más todavía: Anhelo la humillación con un deseo que comprendo ser emanado de vuestro mismo corazón y que tiene fuerza casi divina. ¡Deja pues que me aniquile a impulsos de vuestra santidad infinita!. Ni con estos actos, mi opresión calmó; pero me entregué a la santidad de Dios, con toda el alma. Este fenómeno duró hasta que estuve en la misión y comprendí que las dificultades y trabajos del apostolado me ali- viaban lentamente de su peso, hasta que desapareció dejando su lugar, a otro. Capítulo XXII. Víctima de la santidad de Dios