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calmaba. Los padres que la manejaban hacían que yo la atendiera en cuan-
to pudiera.
La amistad con Dios nos da señorío sobre sus enemigos
No me era extraño esto a mí; aunque para los demás, sí lo era. Yo ya
sabía el miedo que me tenía el diablo y no tenía por qué asustarme. Un
médico, al conocer esto, porque le recetaba a Julia, dijo que era porque yo
era muy eléctrica. ¡Majaderos! Otra es la electricidad que saca el demo-
nio: Es la amistad con Dios que nos da señorío contra sus enemigos. ¿No
es verdad, padre?
Un día, después de unos ratos espantosos de Julia, en los cuales había
blasfemado a su pesar, sin interrupción, fueron a sacarme de la casa de
ejercicios, en donde hacía mi retiro anual, para que, de parte del padre
Gamero, fuera a amparar a Julia. Dejé el retiro y me puse a ver que, si
después de dejarla en calma, me iba, los espiritistas estaban en acecho
para cuando volviera a estar en un estado parecido, le caerían y volverían
a cogerla en sus garras; pero los espíritus dizque les habían dicho que no lo
hicieran estando yo presente, porque yo era la causa para que Julia no
volviera al seno de la verdad. Y que la cosa de Laura duraría ya muy poco,
porque iba a caer sobre ella, una venganza terrible.
No me preocupé, padre, por estas patrañas tan parecidas a lo que ya a
mi personalmente me había pronosticado el bribón del diablo. Ni se me
ocurrió decírselo al confesor, con ser que nada dejaba por decirle y a él le
interesaba todo lo mío. Como quien espera un desenlace, que el estado de
mi alma, sin duda, le hacía esperar.
Capítulo XIII. La amistad con Dios nos da señorío sobre sus enemigos