1142 CAPÍTULO LXVI - INTRODUJE EL ASUNTO DEL DECRETO - CÓMO DIRIGE DIOS LAS COSAS - VISITA A MONSEÑOR PIZARDO - AUDIENCIA CON SU SANTIDAD PÍO XI - CON EL CARDENAL LEPICIER - LA PROPUESTA QUE DESEABA ENVIAR AL SANTO PADRE - MI ALMA EN ROMA - TEMORES EN ROMA "Si se asentare campamento contra mí, no temerá mi corazón. Si se levantare batalla contra mí, entonces esperaré yo". (Sal. 26,3) Introduje el asunto del decreto Me fui llevando todo lo necesario para presentar el asunto a la Sagrada Congregación: Constituciones muy bien arregladas, comendaticias, rela- ción histórica, etc. Nada faltaba. Hacía siete años que se habían mandado otros documentos que el reverendo padre Maroto nos había envolatado con falsas noticias. Nos presentamos a los padres Jesuitas. Nos recibieron con la cordiali- dad más consoladora y entramos en materia. Largo rato les hablé de la congregación y, llevada de sus preguntas, les conté la manera como mane- jábamos los indios, la manera como Dios ha autorizado con prodigios nues- tra humilde labor, etc. De pronto el reverendo padre Vidal exclamó: Ya está todo comprendido y la congregación debe ser muy perseguida; son unas santas mujeres que, llevadas del amor de Dios, han hecho lo que los hombres no han tenido valor de hacer, y, por consiguiente, ya se explica cuál es el motivo de las persecuciones. Debo confesar, para glorificar a Dios, que de lo más vil hace instrumen- tos para sus obras, que me sorprendió la definición tan exacta del padre; más todavía, me dio aliento el ser comprendida de persona tan saliente, porque Dios sabe lo que siento cuando algunos se muestran desconfiados y dicen palabras que indican cuán lejos están de comprender lo que valen las almas. Gracias a mi Dios, supieron ver la misericordiosa mano de Dios en la obra y quedé alentada y aún más, iluminada. Ya para salir les manifesté a los padres que hacía mucho tiempo no me confesaba por falta de un sacerdote de habla española que me confesara sentada y el reverendo padre Vidal fue a San Ignacio a confesarme en la sacristía. ¡Doble consuelo!