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debíamos esperar al señor Crespo y a las Hermanas que saldrían de Popayán.
Se mostró gustosísima de ello y nos dio caritativa y cordial hospitalidad.
Sin habernos puesto de acuerdo con las hermanas que habían de salir de
Totoró, acerca del día y de la hora, apenas habíamos saludado a las
Marianitas, cuando llegaron las hermanas María del Rosario, María de
Betania y María de Lisieux.
Esto era el 19 de marzo. El 20 ya tarde, llegó de Popayán el excelentísimo
señor Crespo. El día 21 hablamos largamente con el señor arzobispo acer-
ca del viaje a Roma y me fue mucha sorpresa lo que me dijo de no ser
amigo de que mi viaje a Roma se hiciera en aquella época y que ya había
dirigido un telegrama a Antioquia advirtiéndomelo. Me sorprendí porque
lo creí de igual opinión que los demás que determinaron el viaje. Le con-
testé lo que acabo de decir y él me indicó que era que tenía noticia de que
en Roma no se entendían en la actualidad con esos asuntos, sino en el
arreglo de las demás comunidades ya viejas, según el nuevo código. Por
supuesto que a este respecto pude tranquilizarlo porque le mostré las car-
tas del señor Lardizábal que decían lo contrario y como él acababa de
llegar de Roma, era muy buena fuente. Todo quedó con esto, concluido.
En estos dos o tres días que permanecimos en Buga, se estableció la
mayor cordialidad y nos dieron a conocer el heroísmo de su fundadora, la
reverenda Madre Mercedes Molina, ejemplar de obediencia perfecta. Nues-
tra amistad, con las reverendas Madres Marianitas fue muy cordial y muy
de caridad y no podía ser de otro modo.
Encomendé muy especialmente nuestros asuntos y demás intereses de
mi alma y la vuestra, al santo Cristo milagroso que allí se venera. Fuimos
objetos de especiales atenciones de las señoritas Vergara, hijas de una so-
brina del señor Crespo, las cuales ya me conocían en Bogotá y que han
recibido una excelente educación, son fervorosísimas por las misiones.
Salimos de Buga a Cali. Allí en casa de las Hijas de la Caridad fuimos
recibidas con la mayor cordialidad y la reverenda madre Laborde me dio
una recomendación para su venerable madre Mauricio en Roma, indicán-
donos que podíamos hospedarnos en el pensionado que dirigía dicha ma-
dre, por cuenta del Santo Padre, no lejos del Vaticano.
Con esto proveyó Dios a una gran necesidad que no sabíamos cómo
remediar, pues es cosa dificilísima y arriesgadísima viajar por Europa sin
saber de antemano a dónde ha de hospedarse y llevar alguna recomenda-
ción, pero Dios en nada se descuida con sus siervas. Yo ni remotamente
Capítulo LXV. En Buga y Buenaventura