1130 debíamos esperar al señor Crespo y a las Hermanas que saldrían de Popayán. Se mostró gustosísima de ello y nos dio caritativa y cordial hospitalidad. Sin habernos puesto de acuerdo con las hermanas que habían de salir de Totoró, acerca del día y de la hora, apenas habíamos saludado a las Marianitas, cuando llegaron las hermanas María del Rosario, María de Betania y María de Lisieux. Esto era el 19 de marzo. El 20 ya tarde, llegó de Popayán el excelentísimo señor Crespo. El día 21 hablamos largamente con el señor arzobispo acer- ca del viaje a Roma y me fue mucha sorpresa lo que me dijo de no ser amigo de que mi viaje a Roma se hiciera en aquella época y que ya había dirigido un telegrama a Antioquia advirtiéndomelo. Me sorprendí porque lo creí de igual opinión que los demás que determinaron el viaje. Le con- testé lo que acabo de decir y él me indicó que era que tenía noticia de que en Roma no se entendían en la actualidad con esos asuntos, sino en el arreglo de las demás comunidades ya viejas, según el nuevo código. Por supuesto que a este respecto pude tranquilizarlo porque le mostré las car- tas del señor Lardizábal que decían lo contrario y como él acababa de llegar de Roma, era muy buena fuente. Todo quedó con esto, concluido. En estos dos o tres días que permanecimos en Buga, se estableció la mayor cordialidad y nos dieron a conocer el heroísmo de su fundadora, la reverenda Madre Mercedes Molina, ejemplar de obediencia perfecta. Nues- tra amistad, con las reverendas Madres Marianitas fue muy cordial y muy de caridad y no podía ser de otro modo. Encomendé muy especialmente nuestros asuntos y demás intereses de mi alma y la vuestra, al santo Cristo milagroso que allí se venera. Fuimos objetos de especiales atenciones de las señoritas Vergara, hijas de una so- brina del señor Crespo, las cuales ya me conocían en Bogotá y que han recibido una excelente educación, son fervorosísimas por las misiones. Salimos de Buga a Cali. Allí en casa de las Hijas de la Caridad fuimos recibidas con la mayor cordialidad y la reverenda madre Laborde me dio una recomendación para su venerable madre Mauricio en Roma, indicán- donos que podíamos hospedarnos en el pensionado que dirigía dicha ma- dre, por cuenta del Santo Padre, no lejos del Vaticano. Con esto proveyó Dios a una gran necesidad que no sabíamos cómo remediar, pues es cosa dificilísima y arriesgadísima viajar por Europa sin saber de antemano a dónde ha de hospedarse y llevar alguna recomenda- ción, pero Dios en nada se descuida con sus siervas. Yo ni remotamente Capítulo LXV. En Buga y Buenaventura