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pobres salvajes, cortaban madera, buscaban paja, arreglaban tierra, etc.
llenas de suma alegría, que no podía ser sino celestial, en medio de tantos
sacrificios. Pues esta cuna amada, testigo mudo, pero por su austeridad
elocuente, fue vendida por algo así como la quinta parte de su valor y fue
luego dividida en cuartuchos para alojar gentes aun de malas costumbres.
¡Nuestras celditas fueron asilo de abominaciones quizás! ¡Oh Dios mío!
¡Donde te entronizaron como Señor de virginales corazones, en donde
tantos gemidos y suspiros de amor oíste antes!
Y sabe, padre mío, que he pensado que ese sacrificio tan inusitado, cual
es el de dejar para siempre su cuna la Congregación, nos lo ha exigido
Dios, porque nos quiere como ÉL. Él no conservó durante su vida, ni fue
propiedad de la Sagrada Familia, la cueva de Belén. ¡La desnudez fue
completa y así quiere que seamos las misioneras llamadas a servirle tan de
cerca! ¡Oh santa desnudez! ¡Oh bella abnegación de todo! ¡Oh pobreza
hermosa que hace rebosar de dicha a los religiosos perfectos, cuánto debe-
mos amarte!
Otras veces he pensado si Dios querrá, que la Congregación sea como
nómada y que vaya como las piedras del río, sin hacer puesto permanente,
totalmente universal y totalmente libre. Que vaya de tierra en tierra sin
arraigar, como su amado pueblo de Israel iba de cautividad en cautividad,
para mejor extender el conocimiento de Dios. No lo sé, pero hay algo que
parece indicarlo. Entonces la Congregación causará mayor escándalo en
el mundo y se sufrirá más, porque el mundo cobra caro lo nuevo, lo no
esperado. De todos modos Dios es dueño y árbitro de todo y hará lo que
sea su santísima voluntad.
Nuevas dificultades
Recogidas por fin en San Pedro, ya todas, con la decidida protección
del iIustrísimo señor Builes, parecía que la bonanza sería duradera, pero,
¡ay! Cuán corta fue. Por fortuna Dios no me ha faltado con sus avisos, para
estar prevenida.
Desde luego, le hablé al señor Builes que debíamos ver cómo se erigía
la casa central, si convenía en San Pedro, al lado del noviciado o en Medellín
o en otra población vecina. Me contestó, como providencialmente, que lo
veríamos; que a él Ie gustaba más Medellín, pero que el señor Caycedo no
nos daría la licencia, que debíamos esperar un poco. En esto preparaba
Dios el camino de salvación para la Congregación como se verá.
Capítulo LVIII. Nuevas dificultades