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como si de ellas saliéramos también. Sólo Jesús sabía de donde veníamos
y como Él es buen guardador de secretos, nadie podía saberlo. Además, Él
ayuda a maravilla a hacer las picardías que su amor inspira.
Referencias de mi madre
Siempre fue mi hermano cómplice de estas picardías, que pudiéramos
llamar monjiles, como se verá en el curso de esta historia. El fue buen
cristiano, pero no podía clasificarse entre los muy piadosos; sin embargo
tuvo condescendencias con mi misticismo, que denuncian cuánto estima-
ba todo esto. Además éramos muy unidos.
En aquel tiempo no tenía edad suficiente para acompañarme en tan lar-
gas correrías; sin embargo a mi madre no le fastidió ni siquiera la poca
compañía. Era que, con esa hermosa intuición de las madres, adivinaba mi
espíritu y no le daba mucho que temer. Nunca, sin embargo le hablé en
aquella época, de mi vida interior. ¡Pobrecita! ¡A cuántas agonías la sometió
más tarde, ésta mi vocación tan desconocida! Pero ella, dejaba a Dios el
gobierno de mi alma, sin decir jamás una palabra contraria a lo que Él me
pedía y me dejaba libertad para locuras mayores que la que acabo de referir.
Sería tan bella la recompensa que encontró en el cielo, como lo fue la
sumisión de su voluntad a la muy adorable de Dios en mi alma. No conoz-
co reverendo Padre, madre igual, en estos asuntos. Por eso la amé tanto y
por eso la despedí de este mundo con tanto dolor como satisfacción. Cuan-
do murió ya era mi hija en religión, por eso mi dolor fue doble.
Respecto a mi amor filial, debo a Dios una gracia muy grande. Como
ha podido observar en lo que llevo referido, este afecto a mi madre fue
purificado en mi corazón desde su primer asomo, ya con separaciones
dolorosas, ya con esfuerzos más o menos conscientes de mi parte, llevada
por aquellas reflexiones tan tenaces de mi niñez, acerca de lo poco que
vale todo lo que pasa, en el aparente desamor que mi mismo carácter me
hacía ver en ella; lo cierto es que, cuando ya estos obstáculos desaparecie-
ron, mi afecto era intenso, pero no era sensible, a lo menos así me parece.
Por supuesto que como mi corazón jamás se ha conmovido por ningún
otro afecto, puedo equivocarme al apreciar éste a mi madre. Me preocupa-
ba de su bienestar y como éste, desde muy temprano dependía de mí, su-
fría cuando algo le faltaba; pero no me hacía falta verla; me separaba de
ella con facilidad y desde que pensé en ser religiosa estuve dispuesta a
dejarla para siempre.
Capítulo V. Referencias de mi madre