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Sentía a la vez profunda adhesión a los desprecios y humillaciones,
como cosa tan mía, tan propia de mi corazón, tan de mi cariño que casi me
consolaba de sólo recordarlas. Parecía que mi alma envuelta en ese cariño
delicado por las humillaciones, presenciara un estallido de gloria de Dios,
un feliz momento de reconocimiento de la bondad de Dios.
Desde entonces quedé completamente indiferente a las alabanzas y no
echo de menos el fastidio por ellas, ni me da miedo de tenerlas; aunque en
el fondo de mi alma la humillación sí conserva el primer lugar y es como
una propiedad, mientras que las alabanzas son como algo que pasa fuera
de mí sin fastidiarme, como pasa la plumita de un colibrí que llevara el
viento; no me pesan, ni me halagan. Dios se sirve de ellas para sacar su
gloria y no podría odiarlas como lo hacía antes cuando las consideraba
mis enemigas.
¿Cómo podrá clasificarse esto? No lo sé. Sencillamente lo expongo como
lo siento. Y advierto que no ha sido pasajero este sentimiento. Él persiste en
mi alma como el primer día, después de casi cinco años.
Llegamos a Pamplona en medio de la multitud de gentes entusiasmadas
y nos llevaron a la casita que con esmero y delicadeza sin igual nos habían
preparado y dispuesto unas señoras comisionadas al efecto por el padre
Enrique. Al día siguiente, día de nuestra Señora de las Mercedes, el señor
vicario, (el señor obispo se había quedado en Bogotá), fue a colocar el
Santísimo Sacramento en nuestra hermosa capillita y a bendecir la casa.
Hubo mucha concurrencia y una plática muy sentida y entusiasta. Queda-
mos después recibiendo atenciones de toda clase, tan delicadas y sinceras
como no habíamos podido imaginarlo.
En resumen, padre, fueron rápidos y pocos los días de calma en
Pamplona, ¡en donde se prometían tan serenos! ¡Así es la vida! No me
quejo, sin embargo, porque según es la voluntad de Dios es la mía y días
serenos cuando al señor le place enviármelos tempestuosos, fueran para
mi corazón, la muerte anticipada.
El padre Le Doussal, beneficio singular
Mientras se comenzaban a ver las dificultades que la misión tendría por
los mismos que la promovían, nos dio el Señor entre otros beneficios muy
singulares, el de que vuestra reverencia, padre Le Doussal, entendiera muy
Capítulo LV. El padre Le Doussal benficio singular