867
por más que se procure que no les falte sacerdote, le pregunté cómo le
parecía a él la idea de proponer a Roma la licencia para que las religiosas
puestas en tal necesidad en el mundo, tuvieran la facultad de darse a sí
mismas la sagrada comunión y así, aunque el sacerdote no pudiera asistir-
las constantemente, tendrían su comunión tomándola todas las mañanas
con unas pincitas de oro y con la mayor reverencia.
Este padre se entusiasmó y lo vio muy puesto en razón, puesto que en
casos excepcionales, la Iglesia lo ha usado así y también en los primeros
tiempos del cristianismo llevaban los que tenían peligro del martirio, una
forma consigo a fin de comulgársela en el momento de ser sacrificados.
Esta alegría y entusiasmo del buen padre fue para mi alma como bálsamo
que me confortó. Y verdaderamente cada día siento más honda la necesi-
dad y también la convicción de que esto llegará a suceder porque nuestro
Señor lo desea y Él sabe buscarse medios. ¡Habían sufrido tanto esta terri-
ble privación las hermanas de Uré, que bien palpaba el padre la necesidad.
Y no sólo encontré adelanto espiritual en aquel caserío sino que había
pan porque los negritos, a la vez que se hicieron cristianos, se hicieron
trabajadores y la agricultura ya estaba bastante desarrollada, gracias a Dios.
Iba a dejar a la madre María Mercedes en cambio de la madre San José,
pero ese secreto tuve que guardármelo mientras se llegaba el momento
porque los negritos hubieran hecho quién sabe qué cosas por no dejarla
sacar. Ya en las vísperas de salir, dije que me traería una hermana y esto
sólo fue causa para que todos se me abocaran a oponerse. No les dije sino
que una cualquiera y sin embargo no consentían porque al analizarlas en-
contraban que cada una les hacía más falta. Al llegar a la Hermana María
de la Inmaculada creí que la elegían para mi compañera de regreso porque
ya les había oído decir que era muy brava, pero me equivoqué porque
apenas la propuse me dijeron: Ésa no, porque es muy guapa y hace falta
para los pelaos. Total que no querían que me trajera ninguna y se sentían
verdaderos dueños de ellas como hijos apegados. Sólo la víspera pude
decir a quién me traía y tuve que pedirle al corregidorcito que guardiara la
casita porque tenían el complot bien formado de presentarse a impedir por
mal y con lágrimas la salida de la madre.
Sentimientos al salir de Uré
Por la mañana salimos tarde por estar en la salida de otras hermanas
que se iban por primera vez a excursionar a lo largo del San Jorge. Fue una
Capítulo LI. Sentimientos al salr de Uré