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te les diera las del diablo. Ante semejante propuesta, envuelta en lágrimas
y sollozos ahogados, me conmoví profundamente, y abrazando a las an-
cianitas les dije que yo también sentía mucho esta pena que ellas tenían y
que quisiera llorar con ellas pero que les haría hacer unas fiestas muy
bonitas a la Santísima Virgen en lugar de las de ellas porque ésas eran
pecado. ¡Pobrecitas! ¡No me quitaban la razón pero lloraban inconsolables!
¡Lo que es el corazón humano y lo que se pega a las almas la superstición!
Un mes entero me estuve gozando de aquel edén, de ver los negritos,
antes tan fieros, convertidos en mansísimas ovejitas. La obra de la gracia
había sido pues, admirable y jamás alcanzaremos a comprender todas las
murallas de oposición que el diablo le puso; pero todo lo supera el amor
de Dios a las almas.
A las Hermanas las encontré en tanta paz y amor de Dios, que fue un
consuelo. Sin embargo, vi allí por primera vez una cosa que después he
podido observar muchas veces: el cómo se estrecha el círculo de los pen-
samientos de las personas cuando carecen del medio civilizado, así en
absoluto.
Fue mi grande extrañeza el que las Hermanas no pudieran hablar ni
pensar sino del estrechísimo círculo de las ideas de aquel pueblito y cada
idea les era de grandísima trascendencia, de modo que ligeros disgustos
de los negritos entre sí, los tomaban como cosas grandísimas y aún algu-
nas diferencias de carácter habidas entre ellas, como es natural, pero todo
vencido y arreglado con la mayor prudencia, se les hacía pecados grandí-
simos y objeto de mi atención constante. Tuve que hablarles claro des-
pués de que comprendí, en lo que consistía la cosa, y reírme a más no
poder y sólo así, y después de muchos días, vinieron a ver esas majaderías
como cosa de poco momento. Después he vuelto a observar el mismo
fenómeno al visitar otras misioncitas. Por eso he pensado que deben cam-
biarse un poco algunas hermanas, sobre todo las superioras, porque se van
haciendo cada vez menos hábiles, por la estrechez de que vengo hablando.
Uno de los anhelos de mi alma
Allí por primera vez exterioricé de un modo serio uno de los anhelos
que mi alma abriga desde que he visto y sufrido la necesidad en las misio-
nes. Hablando con el buen padre Patricio, hombre apostólico y ejemplar
de misioneros, sobre las privaciones de las pobres misioneras y especial-
mente la condición de tener que carecer mucho de la sagrada comunión,
Capítulo LI. Uno de los anhelos de mi alma