866 te les diera las del diablo. Ante semejante propuesta, envuelta en lágrimas y sollozos ahogados, me conmoví profundamente, y abrazando a las an- cianitas les dije que yo también sentía mucho esta pena que ellas tenían y que quisiera llorar con ellas pero que les haría hacer unas fiestas muy bonitas a la Santísima Virgen en lugar de las de ellas porque ésas eran pecado. ¡Pobrecitas! ¡No me quitaban la razón pero lloraban inconsolables! ¡Lo que es el corazón humano y lo que se pega a las almas la superstición! Un mes entero me estuve gozando de aquel edén, de ver los negritos, antes tan fieros, convertidos en mansísimas ovejitas. La obra de la gracia había sido pues, admirable y jamás alcanzaremos a comprender todas las murallas de oposición que el diablo le puso; pero todo lo supera el amor de Dios a las almas. A las Hermanas las encontré en tanta paz y amor de Dios, que fue un consuelo. Sin embargo, vi allí por primera vez una cosa que después he podido observar muchas veces: el cómo se estrecha el círculo de los pen- samientos de las personas cuando carecen del medio civilizado, así en absoluto. Fue mi grande extrañeza el que las Hermanas no pudieran hablar ni pensar sino del estrechísimo círculo de las ideas de aquel pueblito y cada idea les era de grandísima trascendencia, de modo que ligeros disgustos de los negritos entre sí, los tomaban como cosas grandísimas y aún algu- nas diferencias de carácter habidas entre ellas, como es natural, pero todo vencido y arreglado con la mayor prudencia, se les hacía pecados grandí- simos y objeto de mi atención constante. Tuve que hablarles claro des- pués de que comprendí, en lo que consistía la cosa, y reírme a más no poder y sólo así, y después de muchos días, vinieron a ver esas majaderías como cosa de poco momento. Después he vuelto a observar el mismo fenómeno al visitar otras misioncitas. Por eso he pensado que deben cam- biarse un poco algunas hermanas, sobre todo las superioras, porque se van haciendo cada vez menos hábiles, por la estrechez de que vengo hablando. Uno de los anhelos de mi alma Allí por primera vez exterioricé de un modo serio uno de los anhelos que mi alma abriga desde que he visto y sufrido la necesidad en las misio- nes. Hablando con el buen padre Patricio, hombre apostólico y ejemplar de misioneros, sobre las privaciones de las pobres misioneras y especial- mente la condición de tener que carecer mucho de la sagrada comunión, Capítulo LI. Uno de los anhelos de mi alma