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Mi primer pensamiento, cuando la soledad dejó el puesto a mi estado de
siempre, no fue el extrañar la presencia de la amada viejecita, con la inten-
sidad que pensaba que debía sentirse, sino una pena profunda porque el
Santísimo se había quedado sin la adoradora constante y enamorada que
tenía en mi madre. Dios mío, qué pena sentía de verte carecer de esa com-
pañía tan reparadora que te hacía con constancia inimitable tu amiga, la
hermana María del Sagrado Corazón.
Entonces mi vida interior casi se redujo a reemplazarla a ella ante el
Santísimo, aunque no fuera sino espiritualmente, porque jamás las tareas
me han dado tiempo para permanecer a los pies de Jesús, ¡siguiendo el
ejemplo de la mujer que me dio el ser! Constantemente Ie daba a Jesús el
pésame y Ie decía: Ya ella no es tu adoradora eucarística. ¡Te quedaste solo
aquí! ¿Cómo hago, Jesús amado para reemplazarla cerca de Ti? ¡Ay, ya no
vuelves a tenerla en aquel sitio, llorando de amor a todas horas! (Ie señala-
ba el sitio que ella ocupaba en el coro) Estás ahora más huérfano, Jesús
mío, y mi compañía, la que quiero hacerte, es tan fría...En fin, padre, mi
dolor se condensó en esta especie de pésame al Sagrario. Han pasado ya
cinco años después de su muerte y aun quiero reemplazarla en la capilla;
pero ¡qué cambio, Dios mío! ¡Qué engañado sales! Desde niña, cuando
todavía ella ponía mis manos entre las suyas, la vi llorar de amor a Dios.
Hasta muy crecida tuve la idea de que yo no sabía oír misa porque no
podía llorar en la elevación y creía que era cosa de regla llorar en aquel
momento porque jamás vi que las lágrimas Ie faltaran a esa santa mujer en
aquel momento. Me da pena, padre, de ser hija de tal madre y Madre de tal
hija con todo el séquito de defectos y pecados que llevo encima.
En fin basta de decir de este asunto y paso a continuar la historia dolo-
rosa y dura de contar.
Salí segura, confiando en Dios
En Marzo de aquel año (1923), estuve gravísima de mis achaques, es
decir a punto de muerte. No tuvieron más remedio las pobres hermanas
que hacerme llevar en una camilla a Frontino.
Durante los días de mi gravedad hubo en el noviciado profesión y toma
de hábito. Todo lo resolvía en la cama, porque no tenía ninguna de las
hermanas antiguas que me reemplazara. Tenía una novicia que no debía
profesar y una o dos postulantes que no debían tomar el santo hábito por
Capítulo L. Salí segura, confiando en Dios