858 Mi primer pensamiento, cuando la soledad dejó el puesto a mi estado de siempre, no fue el extrañar la presencia de la amada viejecita, con la inten- sidad que pensaba que debía sentirse, sino una pena profunda porque el Santísimo se había quedado sin la adoradora constante y enamorada que tenía en mi madre. Dios mío, qué pena sentía de verte carecer de esa com- pañía tan reparadora que te hacía con constancia inimitable tu amiga, la hermana María del Sagrado Corazón. Entonces mi vida interior casi se redujo a reemplazarla a ella ante el Santísimo, aunque no fuera sino espiritualmente, porque jamás las tareas me han dado tiempo para permanecer a los pies de Jesús, ¡siguiendo el ejemplo de la mujer que me dio el ser! Constantemente Ie daba a Jesús el pésame y Ie decía: Ya ella no es tu adoradora eucarística. ¡Te quedaste solo aquí! ¿Cómo hago, Jesús amado para reemplazarla cerca de Ti? ¡Ay, ya no vuelves a tenerla en aquel sitio, llorando de amor a todas horas! (Ie señala- ba el sitio que ella ocupaba en el coro) Estás ahora más huérfano, Jesús mío, y mi compañía, la que quiero hacerte, es tan fría...En fin, padre, mi dolor se condensó en esta especie de pésame al Sagrario. Han pasado ya cinco años después de su muerte y aun quiero reemplazarla en la capilla; pero ¡qué cambio, Dios mío! ¡Qué engañado sales! Desde niña, cuando todavía ella ponía mis manos entre las suyas, la vi llorar de amor a Dios. Hasta muy crecida tuve la idea de que yo no sabía oír misa porque no podía llorar en la elevación y creía que era cosa de regla llorar en aquel momento porque jamás vi que las lágrimas Ie faltaran a esa santa mujer en aquel momento. Me da pena, padre, de ser hija de tal madre y Madre de tal hija con todo el séquito de defectos y pecados que llevo encima. En fin basta de decir de este asunto y paso a continuar la historia dolo- rosa y dura de contar. Salí segura, confiando en Dios En Marzo de aquel año (1923), estuve gravísima de mis achaques, es decir a punto de muerte. No tuvieron más remedio las pobres hermanas que hacerme llevar en una camilla a Frontino. Durante los días de mi gravedad hubo en el noviciado profesión y toma de hábito. Todo lo resolvía en la cama, porque no tenía ninguna de las hermanas antiguas que me reemplazara. Tenía una novicia que no debía profesar y una o dos postulantes que no debían tomar el santo hábito por Capítulo L. Salí segura, confiando en Dios