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El reverendo padre les preguntó el padrenuestro, de memoria y como
eso no es fácil que viejos de otra lengua lo aprendan pronto, no lo supie-
ron. Las hermanas le recordaron cómo nunca se les había exigido oracio-
nes de memoria, a los adultos, para bautizarlos y que sabían muy bien todo
lo demás y que, sobre todo, después sucedería lo que con todos, que con la
práctica de rezar habían aprendido las oraciones de memoria, después del
bautismo. Nada valió. Dijo que sin el Padrenuestro no los bautizaría. Em-
prendieron las hermanas la magna obra de hacerles repetir veinte, treinta,
cuarenta o más veces las oraciones de memoria, con la esperanza de que
las aprendieran, aunque jamás se les había exigido eso; pero, el reverendo
padre, se cuidó de buscarlos y decirles que se fueran a sus montes que no
estuvieran ociosos comiéndoles a las hermanas lo que tenían. Ellos le ro-
garon por el Santo Bautismo y le decían: " Si camina donde casa, cómo
bautiza pues? Entonces cuando muera yo, mucho miedo de infierno, etc."
Los argumentos no podían ser más terminantes y emocionantes o con-
movedores. Sin embargo, nada le entró a la dureza del padre, los arrojó!
Por fortuna, una hermana muy oportunamente, los pudo atajar a la salida
de Dabeiba, diciéndoles que el padre les decía eso, para ver si tenían deseo
del bautismo, que volvieran y no se dejaran ver de él, hasta que supieran
las oraciones. Así logró detener algunos. Otros fue imposible y no volvie-
ron. Probablemente murieron sin bautismo.
Como se ve bien claro, aquí, la oposición de los padres a nosotras, no
era sólo una pena sino muchas, por el perjuicio que frecuentemente produ-
cía en las almas. Esto es lo más duro entre todo lo duro: ¡Que todo conspi-
re y resulte en perjuicio de las almas!
Aún no habíamos salido de esto, cuando dijo francamente que no con-
fesaba a las hermanas que las confesara la Madre Laura. Ruegos y lágri-
mas, todo fue inútil. Les aconsejé a las hermanas que tuvieran paciencia,
pues que, aunque el padre lo hacía por esa inquina que tenía, Dios debía
permitirlo para un fin muy bueno, como hacía con todo. Que aunque no
fuera sino a enseñarnos a sufrir injusticias, ya era una cosa de gran valor a
sus ojos santísimos, porque verdaderamente, padre, todo justo debe saber
sufrir injusticias, porque si no, a su justicia le falta el más refinado grado y
hay que ver si hasta él, puede llegar.
Las hermanas rogando y suplicando pasaron mucho tiempo. El padre se
prevenía diciendo que no las confesaba y que si la Madre se quejaba al
señor prefecto y él pretendía obligarlo, le dejaría el puesto sólo. Total pues,
Capítulo XLIX. Nuevas dificultades con el padre Alfredo