723 darles una idea que no les importaba; y él iba a darles a los que encontrara, otra idea que tampoco les importaba. Sólo nosotras nos dolíamos de aquella región, amenazada con azote tan terrible. Al exterior no manifestábamos extrañeza ni rechazábamos nada. El propagandista ése, sin duda nos tomó como exploradoras y curiosas, sin calor religioso, porque no tuvo inconveniente en decirnos que el espi- ritismo de Barranquilla viendo que hacía poco entre los civilizados de los centros, se proponía introducirse en las regiones incultas aún, para hacer prosélitos; ni tuvo inconveniente en mostrarme los papeles. Me dijo que como era bien conocido que en el San Jorge no había ninguna religión, era natural que recibieran la primera que se les presentara y que a eso iba él hasta Ayapel, con el fin de repartir esos periódicos que predispusieran los ánimos en favor del espiritismo, para después entrar con una acción de mejor resultado. Esto lo oía yo y suspiraba por conseguirme todos esos papeles, a fin de hacer menor el mal que aquel infeliz sembraba. Al rebujarle los papeles, sin atreverme a leerlos, por supuesto, vi una ilustración del río San Jorge, muy hermosa, seguida de una descripción de la región, también interesante. De eso me valí para pedirle al hombre los papeles. Mire, le dije, a mi me sirve mucho esto para que en Bogotá se den cuenta de esta región así como en Cartagena. Si quiere deme muchos de esos papeles y así queda desempeñada en parte, su labor, de repartir. Nadie pudiera imaginarse que este majadero cayera en la trampa; ni siquiera le mentí porque verdaderamente la relación del San Jorge sí me era útil. Me dio casi la mitad de lo que llevaba, con lo cual yo, después de que él se quedó en Ayapel, obsequié al río. Ojalá siempre encontráramos gen- tes así tan facilitas de embobar. Esto también me sirvió de argumento, cuando escribí al señor Brioschi sobre el estado del San Jorge, pues con esto le mostraba clarito que si la idea católica no tomaba posesión de esta región, pronto la tomaría otra como la de los espiritistas o luteros que es peor si cabe. En Ayapel Todo fue pues, bendición hasta Ayapel. Allí nos alojamos en la casa del señor a quien habíamos sido recomendadas en Magangué, don Gabriel Miranda; su señora nos recibió muy bien y fue toda para nosotras. No tardaron las señoras en visitarnos y apenas volvíamos del asombro al con- siderar lo que nos decían y veíamos de atraso en una población de gentes Capítulo XLIV. En Ayapel