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darles una idea que no les importaba; y él iba a darles a los que encontrara,
otra idea que tampoco les importaba.
Sólo nosotras nos dolíamos de aquella región, amenazada con azote tan
terrible. Al exterior no manifestábamos extrañeza ni rechazábamos nada.
El propagandista ése, sin duda nos tomó como exploradoras y curiosas,
sin calor religioso, porque no tuvo inconveniente en decirnos que el espi-
ritismo de Barranquilla viendo que hacía poco entre los civilizados de los
centros, se proponía introducirse en las regiones incultas aún, para hacer
prosélitos; ni tuvo inconveniente en mostrarme los papeles. Me dijo que
como era bien conocido que en el San Jorge no había ninguna religión, era
natural que recibieran la primera que se les presentara y que a eso iba él
hasta Ayapel, con el fin de repartir esos periódicos que predispusieran los
ánimos en favor del espiritismo, para después entrar con una acción de
mejor resultado. Esto lo oía yo y suspiraba por conseguirme todos esos
papeles, a fin de hacer menor el mal que aquel infeliz sembraba.
Al rebujarle los papeles, sin atreverme a leerlos, por supuesto, vi una
ilustración del río San Jorge, muy hermosa, seguida de una descripción de
la región, también interesante. De eso me valí para pedirle al hombre los
papeles. Mire, le dije, a mi me sirve mucho esto para que en Bogotá se den
cuenta de esta región así como en Cartagena. Si quiere deme muchos de
esos papeles y así queda desempeñada en parte, su labor, de repartir. Nadie
pudiera imaginarse que este majadero cayera en la trampa; ni siquiera le
mentí porque verdaderamente la relación del San Jorge sí me era útil.
Me dio casi la mitad de lo que llevaba, con lo cual yo, después de que
él se quedó en Ayapel, obsequié al río. Ojalá siempre encontráramos gen-
tes así tan facilitas de embobar.
Esto también me sirvió de argumento, cuando escribí al señor Brioschi
sobre el estado del San Jorge, pues con esto le mostraba clarito que si la
idea católica no tomaba posesión de esta región, pronto la tomaría otra
como la de los espiritistas o luteros que es peor si cabe.
En Ayapel
Todo fue pues, bendición hasta Ayapel. Allí nos alojamos en la casa del
señor a quien habíamos sido recomendadas en Magangué, don Gabriel
Miranda; su señora nos recibió muy bien y fue toda para nosotras. No
tardaron las señoras en visitarnos y apenas volvíamos del asombro al con-
siderar lo que nos decían y veíamos de atraso en una población de gentes
Capítulo XLIV. En Ayapel