706 y nuestra posición fue menos mala. Tuvimos la dicha, en un día que nos estuvimos allí, de enseñar el catecismo a unos niños, en la capillita y de saber que allí salían indios con frecuencia. Salimos de allí muy apenadas de ver que no podíamos atender a las instancias de los niños que nos roga- ban nos quedáramos con ellos para acabar de aprender la doctrina. ¡Siempre, el niño buscando el bien! ¡Quizás en aquel pobladito, ningún hombre ni mujer tuvo el pensamiento de sentir al vernos salir! Los niños sí nos formaron corro para rogarnos, en medio de la indiferencia de los gran- des. Es muy bello eso de que siempre el candor busque a Dios y, al contra- rio, la malicia lo rechace. ¡Ya ve! Esto sin darse cuenta ni los unos ni los otros. La vida interior, alma del apostolado Salimos tarde y fuimos a una posada llamada "La Acequia" en donde, con las órdenes que llevábamos del dueño, fuimos bien recibidas y aloja- das por los mayordomos. Antes de acostarnos hicimos una lectura como de costumbre, en la "Imitación de Cristo". Esta lectura nos dio la más saludable enseñanza y encendió nuestro corazón; de ella sacamos esa fra- secita que nos sirvió para todo el viaje: ¡"Tu eres fuego que siempre arde y nunca cesa"! Vuestra reverencia, padre, conoce muy bien esto de alimentarse de un textico y sabe que no es cosa que esté en nuestras manos sino en parte. Podemos repetirlo, pensarlo y voltearlo a voluntad; pero que nos hiera, que alimente y empape el alma… eso ya es otra cosa y sólo la da Dios. ¡Es como una saeta que hiere o como una luz que ilumina de repente! Enton- ces la frase tiene sentidos y gustos que jamás, a sangre fría, como pudiera decirse, le encontramos. Se me ocurre que eso que no podemos sacarle a la frase y que Dios le pone cuando quiere; es como algo de su Corazón, como esencia de su voluntad. ¿Como diré? ¡Algo del cielo! Así que salimos de aquella posada más animadas, si cabe, que había- mos entrado. ¡Nada más cierto padre, que aquello de que la vida interior es el alma del apostolado!. Últimamente he leído un libro con este título y en él vi, no sin sorpresa, que la vida interior no es el motivo ni el sostén de muchas obras apostólicas que vemos. ¿Cómo se sostendrán en ciertas difi- cultades? ¡Dios mío, no puedo ni concebirlo! Las pasiones, por mucho que inspiren, creo que no dan las fuerzas necesarias para ciertos sacrifi- cios. Sólo Dios y su gracia pueden con ciertas circunstancias de la vida. Capítulo XLIII. La vida interior alma del apostolado