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¿Qué haré a tanta lejanía del Dios de mi corazón? Lejos y aquí le tengo
presente… Lo veo con los ojos, pero Dios mío, cuánta lejanía siento…
El corazón de mi Dios… que palabra tan hermosa… El Dios de mi
corazón… ¡Qué frase más dulce…! ¡Hostia, eso es todo… El cielo… La
Hostia… El Dios de mi corazón… y… el Corazón de mi Dios…! Cuatro
cosas que son una misma... No son un rayo de luz porque son la Luz…
Luz mía, oculta en la Hostia… Difundíos en todos los corazones.
Síntesis divina de todos mis amores… Hostia mía… Deja que muera ya
por vuestro amor… Y después de morir… qué amargura no poder volver a
morir por vuestro amor… ¡Vos escucháis sin palabras, lo que ni la brisa
nota! ¡Vos contáis gota a gota mis lágrimas al caer…!
Suene ya, Dios de mi corazón, vuestra voz de llamada para unirme ya al
Corazón de mi Dios…
Esto, Padre, no es nada, pero a mí me desahogaba de algo que me opri-
mía y por eso lo he hecho.¡Es casi como cuando el niño le decía a su
mamá, gallinita!
Sed de Dios
Otra vez, en esos momentos de exposición de la Divina Majestad, tuve
un gran ímpetu de pena dolorosa viéndome como privada de todo, porque
ese todo está en Dios ¡y como a Él… aún no lo veo! Escribí ese sentimien-
to que me surgió de estas palabras de San Juan: "El que tenga sed, venga a
mí y beba" (Juan. 7, 37).
Me vi llena de sed y de todo, me acerqué a Jesús a beber, hablándole
así:
¡Iremos a ti Señor! ¡Lo grande de nuestra sed puede colegirse por el
ansia suprema que tiene el corazón humano de hallar su centro y del cú-
mulo de años que hace que sufrimos esta sed! ¡Dios mío, me siento con
años eternos, cuando considero los que he pasado en medio de esta sed
insaciable de Tí!
¡Verdaderamente, jamás he visto lo bello que está en Tí… Por eso lo
que en la tierra llaman hermoso, bello, me deja la misma sed de belleza!
¡Como jamás he escuchado tu voz, Dios mío, por eso las músicas y
sonidos de la tierra no repercuten en mi corazón y me dejan en tristeza!
Capítulo XLI. Sed de Dios