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ser livianita como una pluma, porque su destino es subir y ¿cómo ha de
hacerlo si las cosas de la tierra ejercen sobre ella alguna presión que la
sustraiga al suave impulso de la voluntad de Dios? Una pluma, por ligera
que sea, si está asida a la tierra, no la levanta el viento. La religiosa debe
dejarse alzar hasta de la brisa más leve de la voluntad de Dios; pero si está
pegada a algo, ¿cómo subirá?.
Exploración a Chontaduro
Poco antes de la división de la Diócesis, había comenzado a dar algunas
vueltas para las fundaciones de Chontaduro y Murrí.
Casi desde la fundación de "La Josefina", nos propusimos conocer los
indios que había en Chontaduro, sitio distante de Rioverde unas dos le-
guas. Sólo sabíamos que eran de carácter muy distinto a los de Dabeiba y
Rioverde y que tenían un capitán vitalicio, inmejorable, que no les permi-
tía el comercio, ni amistad de ninguna clase con los indios de Rioverde, ni
de Dabeiba por parecerle muy malos. Buena seña nos parecía ésta, pues en
Dabeiba habíamos observado que ni la palabra mal ejemplo, ni la idea era
conocida y nos dio mucho trabajo para que entendieran que se debía huir
de los malos. Señal pues, de un poco de adelanto moral, era éste en nuestro
concepto. Pero nada más habíamos logrado saber de aquellos indios, ni
jamás se veía uno por Rioverde, no obstante la vecindad de las tribus. ¿Se
tenían miedo mutuo? Quizás no. Solamente Chontaduro temía a Rioverde.
Dos veces fui a recorrer esa tierra, acompañada del padre capellán de la
casa y de una hermana. Pero nada logramos conocer, porque en el primer
bohío* al que llegamos, nos convencían que no había más; que ellos vi-
vían solitos en aquella tierra y que antes había otros indios pero ya habían
abandonado sus casas. Y con una lástima que la infundían, decían: ¡Noso-
tros va a murir aquí solito...!
Tan majaderas que al principio creíamos y nos volvíamos muy conven-
cidas. Pero en la segunda visita encontramos dos bohíos y en cada uno de
ellos nos dijeron que no había más que ése y que iban a morir solitos.
Encontramos en la contradicción y la mentira, la prueba de que había más
y nos propusimos ver cómo los salvábamos. ¡Pobrecitos!
En una de esas visitas, le pregunté a una india muy connotada, si quería
a Dios y me dijo, levantando el hombro cómo quien lamentaba pobreza y
se hacía víctima de ella:
Capítulo XXXVIII. Exploración a Chontaduro