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mente una carga tan superior a sus fuerzas, según creíamos. Engañadita,
aunque sin intención de hacerlo, prestó a Dios el servicio que le pedía y
marchó a su misión muy tranquila y confiada esperando por mucho tiem-
po, a la que había de reemplazarla.
Se estrena la ceremonia de partida
Antes de salir se estrenó, en medio de la curiosidad del pueblo de
Dabeiba, la ceremonia de partida. A ella asistieron todos los gamonalitos
que jamás iban a la iglesia y también los amigos de ella, aunque eran
poquísimos.
Entre tanto, esta servidora, padre, se estremecía de vergüenza pero una
fuerza secreta y cierta luz interior que me mostraba la voluntad de Dios,
me sostenía para no volver atrás en lo de introducir esa ceremonia. Sin
esta luz y fuerza, mil veces la hubiera retirado.
De todos los puntos de la ceremonia, el que especialmente conmovió a
las gentes y también al padre y a las hermanas, fue al ver a una anciana de
setenta años, a los pies de una joven, de veinticinco, haciéndole voto de
obediencia. Como la voz de ella, era temblorosa por la emoción, le hizo
más solemne y tierno el acto. Todos los asistentes, aun los endurecidos
curiosos de Dabeiba, confesaron después que si no se hubieran hecho vio-
lencia, habrían llorado y lo mejor, que jamás habían sospechado que el
catolicismo fuera una cosa tan grande y seria.
Después de la ceremonia, reuní a las hermanas para decirles que jamás
volveríamos a poner tal ceremonia en práctica, porque me sentía muy co-
rrida de haberla hecho. Todas protestaron contra mi propuesta y se lo co-
municaron al señor cura, el cual hizo lo mismo que las hermanas. Por mi
parte sentía aquello como un pecado y si el padre me lo hubiera permitido,
sin duda ninguna me hubiera acusado de él, en la confesión. ¡Dios sabe
Padre, cuánto me han costado todas estas cosas! Si supiera que de ellas me
venía el ridículo, o la ignominia, nada se me daría, pero no sé qué otra cosa
temo...
En las cosas de Dios, todo debe ser purificado
Permítame, padre, que deje escapar aquí una cosa bien rara y que forma
contraste con la sencillez, casi extraordinaria con que nació esta amada y
pequeñita Congregación. Todo lo hacía fácilmente, sin sentirme capaz y
Capítulo XXXIV. Se estrena la ceremonia de partida