556 mente una carga tan superior a sus fuerzas, según creíamos. Engañadita, aunque sin intención de hacerlo, prestó a Dios el servicio que le pedía y marchó a su misión muy tranquila y confiada esperando por mucho tiem- po, a la que había de reemplazarla. Se estrena la ceremonia de partida Antes de salir se estrenó, en medio de la curiosidad del pueblo de Dabeiba, la ceremonia de partida. A ella asistieron todos los gamonalitos que jamás iban a la iglesia y también los amigos de ella, aunque eran poquísimos. Entre tanto, esta servidora, padre, se estremecía de vergüenza pero una fuerza secreta y cierta luz interior que me mostraba la voluntad de Dios, me sostenía para no volver atrás en lo de introducir esa ceremonia. Sin esta luz y fuerza, mil veces la hubiera retirado. De todos los puntos de la ceremonia, el que especialmente conmovió a las gentes y también al padre y a las hermanas, fue al ver a una anciana de setenta años, a los pies de una joven, de veinticinco, haciéndole voto de obediencia. Como la voz de ella, era temblorosa por la emoción, le hizo más solemne y tierno el acto. Todos los asistentes, aun los endurecidos curiosos de Dabeiba, confesaron después que si no se hubieran hecho vio- lencia, habrían llorado y lo mejor, que jamás habían sospechado que el catolicismo fuera una cosa tan grande y seria. Después de la ceremonia, reuní a las hermanas para decirles que jamás volveríamos a poner tal ceremonia en práctica, porque me sentía muy co- rrida de haberla hecho. Todas protestaron contra mi propuesta y se lo co- municaron al señor cura, el cual hizo lo mismo que las hermanas. Por mi parte sentía aquello como un pecado y si el padre me lo hubiera permitido, sin duda ninguna me hubiera acusado de él, en la confesión. ¡Dios sabe Padre, cuánto me han costado todas estas cosas! Si supiera que de ellas me venía el ridículo, o la ignominia, nada se me daría, pero no sé qué otra cosa temo... En las cosas de Dios, todo debe ser purificado Permítame, padre, que deje escapar aquí una cosa bien rara y que forma contraste con la sencillez, casi extraordinaria con que nació esta amada y pequeñita Congregación. Todo lo hacía fácilmente, sin sentirme capaz y Capítulo XXXIV. Se estrena la ceremonia de partida