490
pues así lo hacía yo para sacarlos bien ante de las hermanas, pero mi inte-
rior era un mar de amargura.
En fin, en aquellos primeros meses solamente esta servidora los trata-
ba. Las otras salían a saludarlos y estaban atentas a lo que yo pidiera para
obsequiarlos.
Referiré algo de las primeras entrevistas: Todos los que llegaban traían
preguntas distintas, pues parece que antes de llegar, se arreglaban ellos,
para ver si nos sorprendían en algo falso; pero todos hacían éstas:
- ¿Vos pa qué viniendo?
- Pues a enseñar a los indios la Ley de Dios.
- ¿Quién a vos mandando?
- Dios.
- ¿A dónde topaste Dios?
- Onde Medellín.
- ¿Ese Megueguín mucho lejos?
- Sí, mucho.
- ¿Cómo Dios diciendo?
- Madre, hermana, camine lejos onde Dabeiba pa enseñar mi indio que
yo hice; pero que alma no sabe que tiene.
- ¡Mentiras! Indio como perro, alma no tiene: ¿Gobierno fue que mandó
a vos, pa coger pa soldado?
- No, gobierno no gusta, pa mandar nosotras.
- ¿Vos ganas quitar tierras de nosotros?
- No, Madre mucho rica onde Medellín, ¿pa qué tierra? Madre es que
gusta alma de indio, pa dar a mi Dios.
- ¿Y tu Dios onde viviendo, onde Megueguín?
- No, onde cielo, más allá de las nubes.
- Ese no sabe nosotro. ¿Tu marido cuándo viniendo?
- Marido no tiene.
Capítulo XXXI. Primeras entrevistas con los indios