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me dio el primer susto, pues por falta de fuerzas me echó al suelo cerca al
bohío de Mónica, la interesante india que se conocerá después.
¡Dios mío! ¿Pero, en dónde se tiene nuestro rucito? Hicimos un arreglo
con el señor cura, de que lo usáramos en compañía y que él lo tendría y
cuidaría en un solar; pero, ¡Dios mío! Si el señor cura sabía menos que
nosotras y se acordaba menos de que el animal comía. Total que en pocos
días se puso a la muerte nuestro rucito. Esto hizo que la madre San Benito
mostrara un poco del ardor de su genio, del cual hoy no le queda ni rastros
debido a los muchos percances peores que el de rucito, que ha tenido que
pasar la pobre y que hoy mira con ejemplar serenidad.
El rucito sirvió para dar la primera noción de bienes comunes, pues
hubo que abrirle los ojos a la Madre San Benito para que no lo mirara
como propio y nos dejara a las demás el derecho de reclamar el pasto para
el rucito, como primera joya de la congregación que entonces no se llama-
ba sino compañía, nombre que llevó mientras el señor Crespo no le había
dado el que hoy lleva.
Hubo que buscar el pasto del rucito en otra parte y dejar al padre sin
cabalgadura. Paró el rucito en vivir atado a nuestro solar, o en la calle o en
la plaza. Y las hermanas le llevábamos el manojo de hierba que difícil-
mente podíamos hallar, pues todavía se notaban los estragos de la langosta.
La hermana María del Santísimo, o sea, Ana Saldarriaga escribió a su
tío don Eusebio Jaramillo, contándole nuestra necesidad de bestias y man-
dó un buen caballo al cual dimos el nombre de El Chato. Con estos dos
tuvimos por lo pronto para lo que se necesitaba y también para saber que
debíamos proporcionarnos un yerbalito. Al principio don Angelino Ruiz
nos dio un puesto en su yerbal; pero muy pronto conseguimos algo más,
como se verá después.
Dejo estos asuntos, para volver a los de los indios, que es lo
principalísimo.
Primeras entrevistas con los indios
Las primeras entrevistas con ellos fueron curiosas, ya por su rusticidad,
ya por la malicia, con que ellos se fingían, ya por lo nuevo de las ideas que
les lanzábamos. En fin, de todo pondré aquí un poco, porque ponerlo todo
sería casi imposible. De lo que digo a este respecto, se puede conocer muy
bien la manera como se fue desarrollando el método de catequización.
Capítulo XXXI. Primeras entrevistas con los indios