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De todos modos, ésa como intuición popular, pues no se les había avi-
sado de nada y ese entusiasmo por más que sabemos fue provocado por el
señor Cura, da una idea de que Dios asiste a esa población de un modo
muy especial y le descorrió el velo que hizo más denso sobre los ojos de su
vecino, el pueblo de Frontino, en donde sí sabían muchos de la obra que se
emprendía. En Cañasgordas, sólo debían saber, que pasaban unas señoras.
El señor cura desde entonces se constituyó en bienhechor de la obra y
siguió con nosotras, hasta el fin del viaje. Allí debíamos resolver por cuál
vía irnos, si pasando por Frontino, o no. Ninguna pensaba en lo primero,
pero el reverendo padre Lopera, el cura de quien hablo, nos invitó a ello y
además nos hizo ver que el señor cura de Frontino, no vería bien que no
llegáramos a su parroquia. Resolvimos pues, pasar por aquella población,
aunque hubiéramos querido evitar el ser de nuevo espectáculo raro.
Sorpresas en Frontino
Llegamos a Frontino, a casa la señora Mercedes Correa, la misma que
había apoyado el proyecto y nos había acompañado en la primera explora-
ción a buscar los indios a Rioverde. Tanto ella como su esposo y sus hijos,
nos recibieron muy bien y fueron desde entonces nuestros decididos ami-
gos.
El Cura era el reverendo padre Manuel Justino Uribe (q.e.p.d.) , ya
conocido por Mercedes Giraldo y esta servidora, en el viaje de explora-
ción que habíamos hecho. Había hecho conocer al pueblo la empresa y les
era conocida nuestra intención, completamente religiosa. Sin embargo este
pueblo, lejos de hacer lo que Cañasgordas, se le ocurrió algo muy peregri-
no que diré después. Ahora después de conocer a fondo el espíritu de las
dos poblaciones, me parece muy significativo el contraste. Dios a
Cañasgordas le hace conocer y sentir la pasada de su obra, dándole a pro-
ducir un acto de fe hermosísimo. Frontino, por el contrario, no ha mereci-
do la luz de Dios. Recibió el conocimiento natural del hecho y lo inutilizó;
se le negó después la luz sobrenatural. ¡Ay! ¡Esto lo siento muy hondo! Su
santo cura, hizo cuanto pudo por aquel pueblo y pronto salió humillado y
con muy poco consuelo acerca de los trabajos de su celo en aquella pobla-
ción. Mucho me recuerda lo que este pueblo ha hecho con la obra de Dios,
en los diez años que la ha visto a su rededor, lo que aquellos pueblos que
merecieron aquella palabra de Nuestro Señor dulcísimo: ¡Ay de ti Corozaín!
¡Ay de ti Betsaida! ¡Ay de ti Frontino! ¡La única ocurrencia fue la de ha-
cernos volver. Quién lo creyera!
Capítulo XXVII. Sorpresas en Frontino