424 algo, nos sentamos a conocernos, por decirlo así, pues algunas de las com- pañeras habían sido recibidas después de una sola entrevista y por reco- mendaciones, de manera que ellas entre sí, no se habían conocido ninguna. Hablamos ya con calma de todo lo pasado; de cómo había salido cada cual de su casa, de las impresiones de la salida de Medellín, etc. Todavía veíamos la ciudad y la impresión de las compañeras debió ser muy fuerte. Mi madre llegó muy cansada y se recogió temprano. Hoy me siento muy mala hija porque no le hice ninguna atención a su impresión que debió ser terrible, pues acababa de separarse de mi hermano que había ido a sacarla y acababa de dejar a Carmelita en profunda desolación. Pasamos bien la noche. A mi madre no se le vio una lágrima y era de la única que esperába- mos. Al día siguiente, ya más conocidas y relacionadas unas con otras, hubo mayor expansión de los ánimos. Sólo Ana Saldarriaga no hablaba sino por la noche, en las posadas, sin que nos explicáramos el motivo de su silen- cio; vinimos a conocerlo poco antes de llegar a Dabeiba, como diré más adelante. Quizás tres días después de ir juntas, no nos conocíamos del todo los nombres, porque sólo yo las tenía muy presentes; pero a ellas las impre- siones no les habían dejado calma para fijarlos. Al salir era de ver aquella confusión; cada una preguntaba a la que se encontraba: ¿Usted es una de las que van? ¿Y usted?. Y como allí en la confusión de tanta gente, había algunas que se irían más tarde, resultaban respuestas equivocadas, de modo que todo contribuía a que no se dieran cuenta de quiénes eran y cómo se llamaban, sino ya en el camino. Instrumentos inhábiles Desde el segundo día les dije: Miren el esposo que hemos elegido no ensilla ni desensilla, no coge la mula, ni monta a la esposa, ni la desmonta; eso sólo lo hacen los esposos de la tierra; ¡con que a aprender a hacer esas cosas! Vamos a coger las mulas, a ensillar y a ver si nos hacemos hábiles siquiera para eso. Con la más completa decisión, todas emprendieron la tarea; pero, ¡Dios mío! Cuán atrasadas estábamos… Era aquel un arte que jamás habíamos pensado en advertir… Mercedes Giraldo era la única que lo entendía, pues era una acabada cabalgadora. Ella fue la maestra; pero hubo quién le preguntara cómo se hacía para que la bestia se comiera el freno. ¡Dios mío! Qué instrumentos tan inhábiles te escogiste para tu obra. Capítulo XXVII. Instrumentos inhábiles