409 difícil. Siempre pensaba: Haré lo que pueda y Dios no me pide más, ni se ahogará en la necesidad de quién desempeñe o llene esta necesidad. Eso me dejaba tranquila, sin que me moviera siquiera a consultar, ni a pensar mucho las cosas, sino que las iba escribiendo a medida que me venían a la cabeza y como me venían. Solamente cuando escribí el capítulo del celo creo que Dios me asistió en aquella labor, porque escribí sin pensarlo, lo que jamás se me había ocurrido y con una facilidad que me parecía que la mano se me iba sola. Cuando escribí el lema del monograma de María y lo del "Sitio" mismo, es decir, su elección, fue cosa que me asustó, pues jamás lo había pensado ni me había impresionado con él de un modo especial. No pude menos de escribir eso, sin pensarlo antes y cuando lo terminé, me conmovió e hizo derramar lágrimas en abundancia, sin que yo me diera cuenta del motivo de tanta conmoción. ¡Sabía sí, que Dios estaba cerca y sentía extraordina- rio respeto! Casi digo como Jacob:" Dios estaba aquí y yo no lo sabía". No es que ahora crea, reverendo padre, que Dios no me asistió, sino en esa parte, porque después he tenido señales de que Él lo dirigió todo. Pero es que esas presencias extraordinarias de Dios en algunos casos, se acen- túan con tal fuerza que parecen únicas. Una de ellas es a la que me refiero, al escribir nuestro amado capítulo del celo, que se conserva sin alteración ni añadidura hasta el presente, en las Constituciones. Fracaso del reglamento hecho con una amiga Cosa rara me ha parecido lo que a continuación va: Tenía una amiga de mucho espíritu que me ayudaba en mis asuntos de indios: Ana Raquel Isaza. Era persona tan de la gloria de Dios y de tal confianza para mí, que cuando me vi tan llamada a la obra de los indios y tan inhábil para ella, consulté si podía entregar la idea a esa señorita, de quien yo estaba segura que la llevaría a cabo con la mayor perfección, mientras que en mis manos quedaba en las peores, por mil razones. Sin duda ninguna me contestaron que podía hacerlo porque recuerdo haberle dicho con la mayor seriedad que le dejaba la empresa, haciéndole presen- tes las circunstancias que a ella le favorecían para llevarla a cabo. Ella, con la misma buena fe, consultó con su confesor y le dijo que de ningún modo debía recibirla. Esto fue tres años antes o quizá cuatro des- pués del viaje al Chocó, que he referido. Capítulo XXVI. Fracaso del reglamento hecho con una amiga