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Las compañeras se mostraban tan satisfechas del plan como yo; pero
mientras tanto, tramaban ante la gobernación y el capítulo metropolitano,
con quien había de contar, por ser en la catedral la función, la manera de
hacerme quedar mal. Dijeron que yo, para quedarme con el dinero, estaba
consiguiendo todo lo necesario para la velación, de limosna.
Sin enterarme de nada, fui condenada por tan respetables entidades.
¡Fue un verdadero conflicto! No conocía yo la trama; pero notaba que de
parte de la gobernación, venían a hacerme preguntas que no comprendía.
Por otra parte, un sacerdote del capítulo, me hacía saber las cosas y cómo
todos estaban viendo cómo defendían el dinero.
Como yo no me daba por notificada de nada, la velación se hizo, como
se había convenido; pero las compañeras se habían retirado. Pasada la
función un alto empleado se presentó a tomarme cuentas. Por fortuna yo
había tenido la precaución de pedir recibos, a cuantos se les había compra-
do cosas para la fiesta, así como a los sacerdotes encargados de hacer los
oficios sagrados. Las cuentas dejaron satisfechos a los superiores compe-
tentes. Pero como ya la calumnia había sido echada a los cuatro vientos,
no fue posible recogerla, y nadie pensó en ello. Quedé pues, ante el públi-
co, sindicada por robo de 180 pesos oro.
Por fortuna, como estaba acostumbrada a estas cosas, no sufrí gran cosa;
pero Carmelita mi hermana si sufrió, hasta casi costarle la vida. Las com-
pañeras siguieron siéndolo en la escuela, pero sumamente corridas las
pobres. Continué dándoles mi amistad, pero ellas, avergonzadas, no la
aceptaron. Varios sacerdotes quedaron muy convencidos de que los 180
pesos habían sido hurtados para la obra de los indios.
Calcule reverendo padre, si a mí, después de todos los enredos de esta
clase que llevo escritos, me haría impresión esto. Me daba sólo para ver,
que la vida no merece la pena de vivirse, sino para servirle a Dios.
Ésta fue la última preparación, que Dios dio a mi alma antes de em-
prender la obra, en materia de calumnias. Gracias a Dios, no tenía nombre
para cuidar; hacía muchos años, que era el nombre más sucio que tenía
Medellín.
Modelo de hábito
Entre tanto, los preparativos para la obra, continuaban. Recibí orden
del reverendo padre Luis de que me pusiera en comunicación con algunas
Capítulo XXIII. Modelo de hábito