355 pero que de ningún modo quería desanimarme; que intervendría con su marido, para que nos ayudara en cuanto estuviera a su alcance; que volvie- ra cuando él estuviera en la casa, para que tratara con él. Salí tan animada, como si me hubiera dicho que todo estaba hecho y volví siguiendo su indicación, a la hora de encontrar a don Joaquín Arango, el marido de dicha señora. El, no salió a mi llamado, pero su señora me dijo, de parte de él, que podía contar con que me regalaba, haciéndome escritura, un pedazo de tierra, colindante con las habitaciones de los indios y que él mismo se encargaba de hacernos construir el rancho. Que bien pudiera enviarle instrucciones al efecto y que contara con él. Nada más necesitaba yo. Creía hecha la obra. ¡Majadera!. Escribí para el reverendo padre Moncada que era el cura de Dabeiba y como había recibido carta del señor Crespo, contestó aceptando la propuesta. Por su parte el señor Crespo lo nombró para que de acuerdo, con don Joaquín, hicieran un presupuesto para saber qué dinero había de mandar para el rancho. Pronto contestó diciendo que con 100 pesos oro lo haría. Feliz le escribí a don Joaquín, que procediera a hacer la escritura del terreno y que le enviaría el dinero. Imposible esperar lo que pasó. Me contestó una des- comedida carta en la que me decía, que no me regalaba terreno ninguno y que él tenía mucho que hacer, para ponerse a dirigir la hechura del rancho. Por su parte el padre Moncada, respondió a la nueva carta diciendo, que de ninguna manera entraría en la obra, que Dabeiba era de un clima muy malo y que ni él mismo podía habitarlo, puesto que sólo iba de cuando en cuando, pues que por la maldad de la gente y lo insalubre del clima, había tenido que fijar su residencia en Frontino. Con todos los planes frustrados, escribí al señor Crespo, enviándole la carta del señor Arango. Me contestó, que mejor era haber conocido al señor ése antes de empezar; que aguardáramos a ver qué camino se abría. ¡Esperar!. Esa era mi vocación por decirlo así. Sólo me dijo el señor Crespo que iba a pensar en una comunidad reli- giosa extranjera, para ver si era posible traerla, para que no nos faltara el recurso espiritual. Que mientras él escribía a una que pensaría, yo averi- guara a ver si sabía de alguna propia. Pedí a España los padres Carmelitas No recuerdo si en el mismo año, pero sí sé que muy pronto supe, por las madres Carmelitas, que los padres del Carmen se ocupaban en misiones y Capítulo XXII. Pedí a España los padres Carmelitas