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pero que de ningún modo quería desanimarme; que intervendría con su
marido, para que nos ayudara en cuanto estuviera a su alcance; que volvie-
ra cuando él estuviera en la casa, para que tratara con él.
Salí tan animada, como si me hubiera dicho que todo estaba hecho y
volví siguiendo su indicación, a la hora de encontrar a don Joaquín Arango,
el marido de dicha señora. El, no salió a mi llamado, pero su señora me
dijo, de parte de él, que podía contar con que me regalaba, haciéndome
escritura, un pedazo de tierra, colindante con las habitaciones de los indios
y que él mismo se encargaba de hacernos construir el rancho. Que bien
pudiera enviarle instrucciones al efecto y que contara con él.
Nada más necesitaba yo. Creía hecha la obra. ¡Majadera!. Escribí para
el reverendo padre Moncada que era el cura de Dabeiba y como había
recibido carta del señor Crespo, contestó aceptando la propuesta. Por su
parte el señor Crespo lo nombró para que de acuerdo, con don Joaquín,
hicieran un presupuesto para saber qué dinero había de mandar para el
rancho. Pronto contestó diciendo que con 100 pesos oro lo haría. Feliz le
escribí a don Joaquín, que procediera a hacer la escritura del terreno y que
le enviaría el dinero. Imposible esperar lo que pasó. Me contestó una des-
comedida carta en la que me decía, que no me regalaba terreno ninguno y
que él tenía mucho que hacer, para ponerse a dirigir la hechura del rancho.
Por su parte el padre Moncada, respondió a la nueva carta diciendo, que de
ninguna manera entraría en la obra, que Dabeiba era de un clima muy
malo y que ni él mismo podía habitarlo, puesto que sólo iba de cuando en
cuando, pues que por la maldad de la gente y lo insalubre del clima, había
tenido que fijar su residencia en Frontino.
Con todos los planes frustrados, escribí al señor Crespo, enviándole la
carta del señor Arango. Me contestó, que mejor era haber conocido al
señor ése antes de empezar; que aguardáramos a ver qué camino se abría.
¡Esperar!. Esa era mi vocación por decirlo así.
Sólo me dijo el señor Crespo que iba a pensar en una comunidad reli-
giosa extranjera, para ver si era posible traerla, para que no nos faltara el
recurso espiritual. Que mientras él escribía a una que pensaría, yo averi-
guara a ver si sabía de alguna propia.
Pedí a España los padres Carmelitas
No recuerdo si en el mismo año, pero sí sé que muy pronto supe, por las
madres Carmelitas, que los padres del Carmen se ocupaban en misiones y
Capítulo XXII. Pedí a España los padres Carmelitas