274 - Sí, ilustrísimo señor, le dije. - Pues sus métodos son tomados de la fracmasonería y contra ellos he- mos de estrellarnos, me dijo. Con la mayor calma le contesté: - Los he creído muy católicos, pero me presto a la reforma que vuestra señoría quiera. Antes que maestra, soy católica y haré cuanto me indique. - No se prestará usted a nada, me dijo. ¿Y tiene usted niñas grandes? - En su mayor número, le dije. - Me asusto de que le confíen niñas a usted. Es que estos conservadores no tienen convicciones. Acompañaba estas palabras con tal ademán de molestia, que le dije: - Envíe vuestra señoría, si quiere, un sacerdote que las examine y haré cuanto se me indique y aún, si se necesita, dejaré de ser maestra. Nin- guna cosa haré que no sea aprobada por vuestra señoría. - No lo hará, lo sé muy bien, me contestó y añadió: ¿Quién da la clase de religión? - En una sección la da un sacerdote y en la otra, la doy yo, le contesté. - ¡Buena será usted para una clase de religión! - Sin duda, señor, no serviré, pero mi mayor empeño lo pongo en la bue- na instrucción religiosa de las alumnas. Mi más ardiente deseo es que el catolicismo sea lo más puro y por conseguirlo daría mi vida. Me preguntó cuáles eran los autores de religión y le dije que, en una sección era el de Pio X y en otra era Ortiz. Me contestó: - El que enseña en Pio X no enseña nada. - He creído que ése es el texto indicado por la Iglesia; pero si no lo es, lo dejaré. Riéndose con el mayor desprecio me dijo: - Esos colegios de malas ideas, hay que destruirlos. ¡No se concibe cómo padres conservadores le confían a usted sus hijas! - Haré cuanto me indique, le repetí, yo soy maestra de muchos años y siempre he enseñado creyendo que enseño la verdad y mis discípulas Capítulo XVIII. Actitud del señor arzobispo