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en preparar comida para toda aquella gente. A la hora de comer, el primer
día, quiso el padre ser el que les entregaba las totumas con caldo para que
le cogieran cariño, decía, y me suplicó que le cubriera un poco las indias
para poderse arrimar a ellas. Fui y les puse a todas en el pecho un pañito,
diciéndoles que era para que el padre no las viera tan desnuditas y lo acep-
taron como si entendieran la razón de mi maniobra. Pero cual sería nuestra
risa cuando al acercarse el padre, sintiéndose como maniaditas por aquel
vestido, lo pusieron a un lado para dejar las manos libres para recibir su
totuma. Era como si a nosotras nos cubrieran las narices, no encontraría-
mos razón para ello. Casos de esos nos pasaron muchos.
Más o menos bien entendieron nuestros indios las principales verdades
y procedimos a lo del bautismo. Antes era natural que los vistiéramos y
sacamos la ropa. Aquello fue lo gracioso; todos los hombres se cogieron
las faldas y no quisieron calzones porque eran feos. Les reclamamos las
faldas para las mujeres y contestaban: Poné calzón a mujer.
No hubo remedio. Todos los hombres quedaron vestidos de mujer y las
mujeres quedaron sin nada. A duras penas, vestimos algunas mujeres con
faldas que sobraron porque no todos los hombres quisieron ni aún faldas.
Quedaron igualitos los hombres y las mujeres. El trabajo fue para casar-
los, porque fue imposible distinguir los maridos y las mujeres. Casi todo
el día se pasó en lo de los vestidos, porque los hombres no querían ponerse
la falda en la cintura sino que se las amarraban al cuello y les quedaban
como capa. Tuvimos que conformarnos con dejarlos así.
Exorcismos
Al día siguiente, los bautismos nos ocuparon todo el tiempo. Al otro
día, (10 de enero) después de preparar los matrimonios, procedimos a arre-
glar el altar para celebrar la santa misa; se colocó una cruz muy alta y a un
lado, debajo de una palma muy antigua, el altar. En la cumbre de la palma
se puso una bandera blanca con una estampa de la Virgen, para darle pose-
sión a la reina de nuestros amores de aquella tierra. Antes de la misa, dijo
el padre que debía exorcizar a los indios que no habían sido bautizados, a
los vientos, a las aguas y aquellas tierras que habían sido del demonio
siempre. Se subió, revestido, a una piedra y de allí comenzó su tarea de
echar al diablo. Los que no creen en las oraciones de la Iglesia, hubieran
estado allí para que hubieran presenciado lo hermoso de aquello y las se-
Capítulo XVII. Excorsismos