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torio era numeroso y yo estaba de los más distantes del púlpito. No hice
caso de aquello, por lo pronto. Pero aquel mismo día, recibí un recado de
él, mandándome llamar. No tenía yo más cuentas con él, que una que otra
vez que iba a pedirle un Padre, para los ejercicios espirituales del colegio,
por eso no conjeturaba a qué iba.
Me presenté y desde la entrada me dijo:
- Laura: desde el púlpito de la Catedral la vi y pude enterarme de la pena
que usted pasa.
- ¿Cómo?, le dije: ¿no estaba yo muy serena?
- Sí, pero a pesar de eso le vi su pena y la he llamado, porque aun cuando
no me importe, como pudiera creerlo cualquiera, está en su asunto inte-
resada la gloria de Dios y por consiguiente entro en ello.
No quería yo decirle nada y sólo me mostraba asustada de lo que pasaba,
cuando me dijo:
- Me han dicho que entra usted en La Enseñanza (Compañía de María)
en estos días y óigame: Usted en la Enseñanza y perdida, es una misma
cosa.
- ¿Por qué? le pregunté.
- Porque Dios no la llama ni para allá, ni para el Carmen. No conozco
mucho el espíritu del Carmen; pero sé que Dios la tiene a usted, para
una cosa rara; no sé cuál sea ésta; quizás para una comunidad aún no
fundada. Pero de ningún modo para la Enseñanza.
- Me refirió enseguida, algunas vocaciones extraordinarias y me dijo:
- Donde usted entre, debe entrar de superiora.
Yo creí que a él le parecía que yo no podría obedecer y me puse triste.
Pero él me consoló diciéndome que no, que era que Dios me tenía para
eso.
Enseguida le dije que yo no estaba para entrar a La Enseñanza, que
solamente el señor Pardo y mi confesor me habían preguntado si quería y
me abrían muchas facilidades. Me hizo que le refiriera cómo pasaban las
cosas y me dijo:
- Es que su confesor ha dicho en La Enseñanza, que usted iría y yo le he
dicho a la Madre, que no puede recibirla porque su vocación es otra y
Capítulo XII. Amenazas del demonio