194
que buscara un reemplazo para el Colegio, para que me pasara del todo a
la cabecera de la querida enferma. Así lo hice y entré en la lucha de hacerle
comprender su próxima muerte. Esto no era fácil, porque ella le tenía un
miedo terrible a la muerte. Sin embargo, al principio no me permití hablar-
le de muerte, sino que empecé a decirle cosas del cielo y terminó por
desear morir cuanto antes.
El día de su muerte me dijo:
- Creo que hoy es el día; no te retires y procura que mi mamá, no se
acerque mucho.
Lo hice en cuanto fue posible. Llegó Liborio de la calle y ella le dijo:
- Amigo ¿Por qué se fue?
Él con la mayor calma le dijo: Hija, fui al señor cura a prevenirlo para
cumplir los últimos deberes que tengo para con usted. Entré a la iglesia y
le dije a su verdadero Padre que le daba las gracias por el tiempo que me la
había prestado a usted y se la entregué, pidiéndole perdón por el mal ma-
nejo que he tenido con el tesoro que me dio en usted. Ya es totalmente de
Dios, no vuelva a pensar en nadie de la tierra; váyase tranquila porque ha
hecho su vida conforme a la voluntad de su Dueño. Dios le pague lo buena
que ha sido con los suyos.
Luego le estampó un beso en la frente y se retiró: Ella le dijo:
- Amigo, Dios se lo pague por todo. Eduque a los otros hijos como a mí.
Yo desde el cielo lo miraré como al mejor padre.
Liborio salió a llorar afuera. Ella me dijo:
- Llámame a mi mamá y a todos. Los llamé y les dio la mano diciéndoles
a cada uno más o menos lo que le había dicho a Liborio. A la sirvienta
de más confianza le dijo, después de darle los agradecimientos:
- Tan luego como yo haya expirado, saque a mi mamá y hágale tomar
algo; ¡pobrecita, sufre mucho! Luego llamó a un tío incrédulo y que
había sido la espina de su familia, pues no se confesaba hacía cuarenta
años y le dijo:
- Mire Elías, yo me muero y he ofrecido mi vida por su conversión. Quince
días después de mi muerte, se confesará usted. ¿Oyó Elías? Esto lo dijo
con aire de autoridad, que no había usado jamás. El viejo sin responder
palabra, salió con la sonrisa más dulce del mundo.
Capítulo XII. Muerte de Leonor