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Tuve que hablarle también de mis antiguos anhelos de vida humillada. El
padre no me dijo nada en contra de esto y yo seguí con aquel anhelo como
si fuera una verdadera vocación. Me servía, por supuesto este anhelo, para
mantenerme unida a Dios, que el Director no creyó conveniente prohibír-
melo.
Se presentó el demonio que quería vengarse
Lo de preparar las niñas para los sacramentos corría de mi cuenta, y me
esmeraba en hacerlo tan bien como me era posible. Había existido en
Medellín un colegio de carácter un poco libre y casi todas las alumnas de
él se pasaron a nuestro colegio. Eran, por supuesto, las que peor se mane-
jaban en todo sentido y esperábamos con ansia, la época del retiro anual
que se les daba a las alumnas, para ver si se componían.
En ejercicios, Leonor me las entregó porque decía no poder entenderse
con ellas. Les hice una serie de explicaciones sobre la confesión y ellas
manifestaron suprema repulsión por este sacramento. Mayor cuidado tuve
en conmoverlas. Ya en los días de la confesión me hablaron claro: Me
dijeron que no se confesaban, que más bien se saldrían del colegio.
Emprendimos una cruzada de oraciones pidiendo la conversión de es-
tas pobres niñas. Cuando ya casi desesperaba de conseguirlo, me llamaron
en secreto y me dijeron:
- Nosotras no nos confesaremos porque lo hemos hecho siempre
sacrílegamente y como ahora usted nos ha hecho ver la gravedad de la
comunión sacrílega, no lo haremos más; pero tampoco somos capaces de
confesar las faltas que venimos callando hace mucho tiempo; en conse-
cuencia, nos saldremos del colegio.
Qué sentencia aquella, padre mío, imposible declararme vencida. Me
puse a llorar por tal desgracia y ellas como me querían mucho me acompa-
ñaron en el llanto mucho rato. Al fin, una muy resuelta, me dijo que había
cometido un pecado muy grande en materia de pureza por la mala vigilan-
cia de aquel colegio y con la mayor confianza, me dijo el pecado. Yo sólo
le dije que no me dijera más, que yo pediría permiso para oírselo, si era
necesario; pero que antes de tener la licencia, no me dijera nada. Hablé
con el confesor y me ordenó oírle cuanto quisieran decirme y que les abriera
Capítulo XI. Se presentó el demonio que quería vengarse