174 Tuve que hablarle también de mis antiguos anhelos de vida humillada. El padre no me dijo nada en contra de esto y yo seguí con aquel anhelo como si fuera una verdadera vocación. Me servía, por supuesto este anhelo, para mantenerme unida a Dios, que el Director no creyó conveniente prohibír- melo. Se presentó el demonio que quería vengarse Lo de preparar las niñas para los sacramentos corría de mi cuenta, y me esmeraba en hacerlo tan bien como me era posible. Había existido en Medellín un colegio de carácter un poco libre y casi todas las alumnas de él se pasaron a nuestro colegio. Eran, por supuesto, las que peor se mane- jaban en todo sentido y esperábamos con ansia, la época del retiro anual que se les daba a las alumnas, para ver si se componían. En ejercicios, Leonor me las entregó porque decía no poder entenderse con ellas. Les hice una serie de explicaciones sobre la confesión y ellas manifestaron suprema repulsión por este sacramento. Mayor cuidado tuve en conmoverlas. Ya en los días de la confesión me hablaron claro: Me dijeron que no se confesaban, que más bien se saldrían del colegio. Emprendimos una cruzada de oraciones pidiendo la conversión de es- tas pobres niñas. Cuando ya casi desesperaba de conseguirlo, me llamaron en secreto y me dijeron: - Nosotras no nos confesaremos porque lo hemos hecho siempre sacrílegamente y como ahora usted nos ha hecho ver la gravedad de la comunión sacrílega, no lo haremos más; pero tampoco somos capaces de confesar las faltas que venimos callando hace mucho tiempo; en conse- cuencia, nos saldremos del colegio. Qué sentencia aquella, padre mío, imposible declararme vencida. Me puse a llorar por tal desgracia y ellas como me querían mucho me acompa- ñaron en el llanto mucho rato. Al fin, una muy resuelta, me dijo que había cometido un pecado muy grande en materia de pureza por la mala vigilan- cia de aquel colegio y con la mayor confianza, me dijo el pecado. Yo sólo le dije que no me dijera más, que yo pediría permiso para oírselo, si era necesario; pero que antes de tener la licencia, no me dijera nada. Hablé con el confesor y me ordenó oírle cuanto quisieran decirme y que les abriera Capítulo XI. Se presentó el demonio que quería vengarse