169 ¡La vida no está aquí! La muerte es la completa ausencia de la vida y lo que llamamos muerte no es eso, porque encierra otras agonías de las que aquí llamamos vida. La vida es la presencia de todo lo que en sí es. Yo no sé lo que entendí, ni continuaré bregando por expresarlo, porque temo decir algo que desvirtúe el concepto, más bien que expresarlo. De todos modos, desde entonces aprendí a estimar este acabarse de lo que llamamos vida, o mejor decir, este pasar del tiempo transformando las cosas para fijar al hombre en una posición eterna, en una plenitud, según la capacidad de su ser; pero siempre lo que constituya su vida, entra en el Ser de Dios. Desde aquel tiempo reverendo padre, tengo la costumbre de, cuando diviso cimas de cordilleras, con la imaginación me subo a ellas y saltando de unas a otras, gozo gritando desde ellas: !Viva mi Dios tan vivo! ¡Viva mi vida tan viva! No sé por qué le he dedicado esas cimas a la vida de Dios. No me doy cuenta; pero sí puedo asegurar que jamás las miro, sin recordar aquella impresión y sin tener esa imaginación y gozo. Estas cosas serán simples boberías, pero ya sé que yo no puedo sino con simples boberías. La lectura de este libro del padre Nieremberg, me hizo mucho bien y me encarriló, para la lectura de otros, sobre el mismo asunto. Estas lectu- ras llenaban los tiempos que antes daba al estudio y me llevaban como de la mano, al mejor conocimiento de Dios. Nunca me ha pesado el cambio que hice y aunque considero, que las maestras hábiles le hacen falta al mundo, creo que la mejor habilidad no es la que se consigue en los libros y que amar a Dios vale por todas las ciencias del mundo. Dios mío, esto se dice, pero no se comprende. ¡Cuánto diera yo, porque se comprendiera! Ahora mismo padre mío, cuando escribo esto, me asalta el temor de no ser comprendida, no por vuestra reverencia, sino por otros, que quizás, lleguen a leer esto, y me espanto de escandalizar con la misma verdad que encierran estas palabras. Diagnóstico de un médico Por supuesto, reverendo padre, que de este modo de sentir y obrar no daba cuenta a nadie porque no lo advertía, no la hubiera dado, porque se me hubiera ocurrido que todos sentían lo mismo, sobre todo los que trataban del amor de Dios. Imposible suponer que se pudiera hacer de otro modo. Capítulo X. Diagnóstico de un médico