1190 por mucho tiempo. Las muchas obras buenas que hizo, la bondad que tuvo siempre, la piedad y su vida de sufrimientos muy bien llevados, debieran animarme; pero en cuanto pienso en lo poco que entendió la caridad y cómo era en esto, sin que se le hubiera visto al respecto cosa grave, se entiende, porque ella era timorata y de buena conciencia, me estremezco. En esto no veo otra cosa que alguna lección de Dios. Desde entonces me he impresionado más con la falta de caridad que a veces, con dolor de mi alma, veo en mis hijas, y luces especiales creo que me iluminan acerca de esta hermosa virtud, obligándome cada día a aumentar los sufragios por mi querida hermana y por cuantas almas estén detenidas en los ardores del purgatorio por esas faltas cotidianas a la caridad que tan abundantes son, a pesar de que muchos llevan una vida cristiana tan acentuada. Cosas casi inexplicables en el sentido común. Vi morir, pues, a Carmelita, sin que me hubiera dicho una palabra, ni dejado una recomendación, no obstante haber dejado cosas que necesita- ban de su disposición. Parece que todo lo abandonó y que su purificación terminó en el lecho de muerte. ¡Esa es mi esperanza! De todos modos, Carmelita es una bienhechora insigne de nuestra Con- gregación y por eso y atendiendo a su voluntad, expresada algún tiempo antes de su última enfermedad, fue enterrada con nuestro hábito religioso. Quiera Dios que en el cielo esté entre los miembros de la Congregación y que su vida de tantos sufrimientos le haya sido cambiada por la corona eterna. Luces sobre la caridad Creo, padre, que debo alguna explicación acerca de estas luces sobre la caridad. Si Carmelita las hubiera tenido como las he tenido yo, después de su muerte, seguramente habría encendido medio mundo, porque ella sí tenía valía para eso. Lo vi muchas veces sobre todo cuando hablaba de las cosas de la fe contra el liberalismo. ¡Ah! ¡Ella enfermaba cada vez que veía un ataque especial a la fe! Cuánto la amó. Dejando pues esto, padre mío, antes entendía la caridad como precepto en contraposición con nuestras pasiones y repulsiones, y jamás tuve difi- cultad para practicarla, quizás porque Dios me previno desde muy niña, con especiales gracias, entre otras la de haberme dado una madre que no supo de un resentimiento jamás y la cual supo enseñarnos a amar el asesi- no de mi padre, desde que estábamos en sus rodillas. A tanto nos lo hizo Capítulo LXVIII. Luces sobre la caridad