1170
8 de noviembre: ¡Dios mío, qué irresolución! Si el decreto ha de demo-
rarse, es urgente mi viaje a Colombia para evitar el invierno que, según
parece, perjudicará mi pobre salud o quizás pondrá en peligro mi vida.
Pero, ¿quién hará aquí frente a las dificultades que se presenten? ¡Para
ponerlas bien le será favorable mi ausencia al enemigo! ¡Dios mío, dígna-
te iluminarme! Esta noche he pensado hasta en un viaje al África; mas será
tan inútil y además será igual la necesidad de estar aquí. ¡Sé, Dios mío, mi
luz, como lo habéis sido siempre!
11 de noviembre: Hoy estoy resuelta a consultar al cardenal Marchetti
sobre lo que debo hacer. Es que una ida a Colombia implica, en caso de
una complicación aquí, un regreso costosísimo. He pensado que el viaje a
Túnez o Argelia, es relativamente corto y que allí, estudiando un poco los
árabes, mahometanos, etc., adquiriré alguna idea de lo que son infieles no
salvajes y que tal vez Dios tenga algún designio en ello. De allí es más
fácil regresar a fines del invierno, a ver si ya ha adelantado un poco nues-
tro asunto en la sagrada Congregación. En fin, todo se lo expondré al car-
denal y por medio de él, me hablarás, Dios mío.
Ayer 10, escribí para el Vaupés y entre otras cosas les invité para que
esas nueve hermanitas que allá tenemos se asocien a la adoración del jo-
ven de San Pedro, a fin de que ese sagrario sea como el arsenal de donde
tomen lo que deben darle a esos pobrecitos indios. Y si todas mis hijas
hacen su nido espiritual en el sagrario de San Pedro, ¡oh! qué simbólico
aquello! ¡Sacar la leche de la fe y del amor, de tal fuente para alimentar
esas pobres almas perdidas en los mares ignorados de que habla Santa
Teresita. ¡Felices misioneras!
15 de noviembre: Hoy fui a Santa Cruz de Jerusalén. ¡Dios mío, qué
triste es ver algunos despojos de la sagrada pasión! ¡Un pedazo de cruz, un
clavo y dos espinas! Son reliquias sacratísimas. Además, un pedazo de
tabla del "INRI" que le pusieron a Jesús, medio deshecha ¡Oh tiempo que
todo lo destruyes! Cada vez, te ves vencido más y más, sin embargo, por lo
divino. ¡La pasión pasó, los instrumentos de ella, envejecidos, muestran el
estrago del tiempo; pero el amor de Jesús que se probó en la Cruz, no pasa,
no se gasta, permanece el mismo a despecho del tiempo! ¡Oh amor inque-
brantable! ¡La inmensa horda del pecado no ha podido apaciguar las ave-
nidas de tu misericordia!
¡Qué triste me siento hoy, Dios mío! ¡El cardenal me ha dicho algo que
quiere decir que la Iglesia no tiene esperanza de la conversión de los mu-
Capítulo LXVII. Mis últimos días en Roma