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Nadie usa los autos sino para fuera de Lourdes; dentro, todos a pie, ricos y
pobres, por espíritu de sencillez y penitencia. Sólo alguna que otra perso-
na inhábil y que no ha conseguido carrito de manos lo usa, pero apenas se
ve aquello.
Los enfermos le dan solemnidad especial a las funciones; aquella playa
del Gave, ancha y larga como una plaza, está durante las funciones com-
pletamente repleta de camillas y carros con enfermos, algunos de los cua-
les casi agonizan ya, pues no es raro el caso de que expiren a los pies de la
Virgen. ¡Muerte feliz! Otros tan deformes que parece imposible que vi-
van; en fin, es aquello un muestrario de miserias humanas que se ponen a
los pies de María en medio de la multitud de peregrinos que los miran con
fraternidad sin igual. Por donde quiera se cruzan caballeros con gruesas
correas pendientes al cuello; son señores principales que se han impuesto
el deber de cargar a los enfermos. El sudor los inunda, pero ni lo enjugan
porque sus brazos están entregados a la dulce tarea. No saben siquiera la
nacionalidad a que pertenece el enfermo que llevan; saben sólo que es un
hermano que le presentan a su Madre y eso les basta. ¡Oh caridad, Lourdes
querida!
Puesto que no he de describirlo todo, sólo diré de las piscinas. ¡Cerca
de ellas los enfermos esperan turno; centenares de personas los rodean y
uno o varios sacerdotes gritan oraciones de súplica que traspasan el alma!
El pueblo responde: ¡María, cura los enfermos! ¡María, salud de nuestras
almas, óyenos! etc., pero esto con una unción tal que hace caer las lágri-
mas de los ojos. Pasado un rato se cambia el sacerdote y el auditorio por el
de otra lengua y luego los de otra; así se pasa la mañana, mientras los
enfermos entran a las piscinas.
Decir lo que es la procesión con la Divina Majestad por la plaza de la
basílica y toda la avenida del Gave, y las plegarias que sacerdotes arrodi-
llados, con los brazos en cruz, gritan y que estremecen moviendo las fi-
bras más delicadas del corazón, en el momento de pasar el Santísimo Sa-
cramento por delante de los diversos grupos de enfermos, ¡será cosa im-
posible! ¡En fin, es necesario ir a Lourdes para saber lo que es Lourdes! ¡E
ir a Lourdes para saber lo que puede el amor a María! ¡Lo que Ella es allí!
Lo que hice en Lourdes
Ahora, concretándome a la obediencia que está en decir lo que hice en
Lourdes, diré que entré una vez a la piscina y, como había de tener allí mi
Capítulo LXVII. Lo que hice en Lourdes