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Comenzó porque durante los acontecimientos de Santa Rosa, con el
excelentísimo señor Builes, recibió constantemente informaciones de él y
luego de los reverendos padres carmelitas quienes se hicieron muy amigos
del señor Builes entonces, con motivo de sus disgustos con la Congrega-
ción. Esto hubiera sido contrarrestado por las buenas informaciones de
otras tres personas dignas de crédito como por el señor Toro y los demás
obispos que nos tienen en sus diócesis, pero él no quiso oírlos ni mostró en
absoluto, necesidad de informarse por ambas partes, antes, al contrario, el
trabajo canónico que se le mandó acerca de los acontecimientos, dice él
mismo que ha procurado voluntariamente no tener tiempo para leerlo.
Así estaban las cosas cuando cumplí los doce años de superiorato en la
Congregación y se hizo el Capítulo General para la elección de nueva
superiora. Presenté la renuncia del caso y se hizo la nueva elección en la
cual, por unanimidad de votos, recayó la elección en mi pobre persona.
Las Constituciones decían que la superiora general duraría en el cargo
doce años y que podía ser reelegida por otro decenio, pero que la reelec-
ción debía ser aprobada por la Santa Sede. Por esto no fui confirmada en el
puesto hasta que la Santa Sede aprobara. Quedó pues la reverenda madre
asistenta, encargada del gobierno y el excelentísimo señor obispo escribió
al señor Nuncio pidiéndole el favor de solicitar a Roma la confirmación en
el cargo de superiora General. El excelentísimo señor Nuncio, nada con-
testó y pasados algunos meses el señor Toro repitió la carta con la súplica.
Tampoco obtuvo respuesta y llegó el viaje que con motivo de la visita "ad
límina" debía hacer a Roma.
Allí se presentó a la sagrada congregación de religiosos y consiguió sin
más diligencia que la de pedirla una vez, la confirmación que necesitábamos.
Como él seguía para Tierra Santa, me la mandó de Roma con el señor
Afanador, obispo de Nueva Pamplona, para que tomara el gobierno de la
Congregación cuanto antes. A poco de haberlo asumido llegó el ilustrísimo
señor Toro y encontró en Jericó una carta de la Nunciatura en la cual decía
que la Santa Sede no había aprobado mi elección porque entre otros incon-
venientes, la reverenda Madre Laura tenía el de estar anciana y achacosa; el
excelentísimo señor Toro le contestó que ya había tomado posesión del car-
go, mediante confirmación de Roma que él había traído y le da excusas o le
refiere cómo habían pasado los acontecimientos, esto es que él había pedido
la confirmación por no haber recibido respuesta a dos cartas consecutivas y
después de haber aguardado mucho tiempo. Entonces el señor nuncio se
manifestó muy molesto y creyó y dijo que yo había interceptado su carta al
Capítulo LXIV. Elección de superiora general