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sentante no estaba dormido, pero sí estaba dejado de todo cuidado de sí,
por los intereses de las almas. No tenía más que esa sotana y hubo que
zurcírsela teniéndola puesta. ¡Así son los apóstoles verdaderos; ésos son
los que evangelizan, teniendo a Cristo por modelo!
Un poco pesado quedó el viaje, porque era en canoa y aquellos rayos
del sol caían sobre nuestras espaldas como verdaderas fieras. El santo pa-
dre Lardizábal, sin embargo, con su piel ya tostada por tantos años de
misionar bajo aquellos ardores, no decía una palabra, ni buscaba un alivio.
¡Cuánto nos lleva en mortificación!
Como a las cuatro de la tarde del segundo día, íbamos muy acaloradas,
casi asfixiadas y con hambre. Al acaso entramos, más por refrescarnos que
por otra cosa, a una casita un poco separada del camino. Fuimos recibidas
con mucha atención, pero no volvimos a ver a nadie de la casa, después de
que nos la entregaron para descansar. Bastante rato después, se apareció el
señor de la casa, diciendo que iba a servir la mesa, porque sin tomarnos un
caldo no debíamos salir. Él y su familia se habían dedicado en una casa
vecina, según entiendo, a preparamos una suculenta comida. Una vez no-
sotros en la mesa, todos desaparecieron de nuevo. Celebramos mucho esto,
porque era una caridad muy extraña. Figúrese padre que nadie les dijo que
teníamos hambre, no nos conocían, no les importábamos en ningún senti-
do y sin embargo, hacen esto, ¡evitándonos a la vez, la dificultad de hablar
cuando no queríamos sino descansar!
Era cosa como enviada del cielo. Dios les ha de pagar a esas buenas
gentes. Y de seguro que ya les habrá pagado, pues hay que tener en la
cuenta la manera como recompensó siempre Nuestro Señor a los que le
sirvieron durante su vida mortal y a aquellos que en sus correrías le aten-
dían. En donde quiera se mostró agradecido con generosidad especial.
Oración durante la navegación
Aquel mismo día, ya tarde, llegamos a Magangué, en el momento casi
en que la lancha Heroica se desamarraba para partir, de modo que allí
mismo nos despedimos del señor prefecto y sin entrar a Magangué, parti-
mos a aquella misma hora. Durante la navegación del Magdalena como
veníamos solas, pues no traía la lancha más pasajeros, pudimos entrega-
mos un poco más a lo del espíritu. Poco esfuerzo tuve que hacer en la
oración porque pronto Dios me invadió por decirlo así, haciéndome sentir
Capítulo LIX. Oración durante la navegación