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callé y esperé; pero bien se veía que por allí se cuajaba tempestad, aunque
nadie lo creía.
El Seminario de Misiones
Otra clase de amistad o lazo de unión había entre el señor Builes y esta
servidora, que es necesario hacer constar aquí, aunque deje pendiente lo
del padre Enrique para, a su tiempo, continuarlo.
Desde que me presenté a saludarlo, cuando sólo había sido elegido obis-
po, me dijo que él siempre había creído que debía fundarse una congrega-
ción de misioneros similares a nosotras, con las mismas constituciones y
reglas adaptadas a los sacerdotes, que era idea que le fascinaba. Entonces
le referí que no era él el primero en pensar eso, sino que siempre se han
presentado hombres a pedirlo y que a otros superiores eclesiásticos se les
había ocurrido también, pero que a ninguno se le habían proporcionado
los medios de ponerlo en práctica. En fin, le referí cuanto al respecto he
dicho antes. Se mostró muy satisfecho de ello y me aseguró que él sí lo iba
a emprender. Por supuesto que para mí también, esta idea era un consuelo.
Un año quizás después, cuando por motivo de una fiesta patriótica, es-
tuvo en Medellín su excelencia el señor Giobbe, lo mandó llamar con afán.
Él, que siempre había tenido viaje a Medellín a cumplimentarlo, con ma-
yor razón lo hizo, sorprendido por el llamamiento. A su vez me escribió
que bajara a Medellín con unos indios de los que teníamos en la casa. De
modo que nos presentamos con ellos y el señor nuncio se mostró muy
complacido y hasta hizo tomar una vista de él, con el señor obispo, los
indios y dos hermanas que estábamos presentes. Después nos obsequió
con una copa de vino y salimos muy contentas de cómo se había manifes-
tado el señor nuncio con la Congregación.
Después fue el señor Builes a buscarme para referirme la entrevista y el
por qué lo llamaba el señor nuncio, diciéndole que si él no hubiera venido
a Medellín, el señor nuncio, habría ido a Santa Rosa. Tanto era lo que le
interesaba el asunto que iba a tratarle.
Comenzó por preguntarle si la iba bien con la Madre Laura, él contestó
que magníficamente. ¡Ah! Muy bueno, le dijo el nuncio, es que quiero que
se ponga de acuerdo con ella a ver si pueden fundar una comunidad de
sacerdotes similares a ella, es que ese espíritu es el que se necesita hoy
para las misiones. Es preciso que haya sacerdotes también, para que la
Capítulo LVIII. El Seminario de Misiones