1008 callé y esperé; pero bien se veía que por allí se cuajaba tempestad, aunque nadie lo creía. El Seminario de Misiones Otra clase de amistad o lazo de unión había entre el señor Builes y esta servidora, que es necesario hacer constar aquí, aunque deje pendiente lo del padre Enrique para, a su tiempo, continuarlo. Desde que me presenté a saludarlo, cuando sólo había sido elegido obis- po, me dijo que él siempre había creído que debía fundarse una congrega- ción de misioneros similares a nosotras, con las mismas constituciones y reglas adaptadas a los sacerdotes, que era idea que le fascinaba. Entonces le referí que no era él el primero en pensar eso, sino que siempre se han presentado hombres a pedirlo y que a otros superiores eclesiásticos se les había ocurrido también, pero que a ninguno se le habían proporcionado los medios de ponerlo en práctica. En fin, le referí cuanto al respecto he dicho antes. Se mostró muy satisfecho de ello y me aseguró que él sí lo iba a emprender. Por supuesto que para mí también, esta idea era un consuelo. Un año quizás después, cuando por motivo de una fiesta patriótica, es- tuvo en Medellín su excelencia el señor Giobbe, lo mandó llamar con afán. Él, que siempre había tenido viaje a Medellín a cumplimentarlo, con ma- yor razón lo hizo, sorprendido por el llamamiento. A su vez me escribió que bajara a Medellín con unos indios de los que teníamos en la casa. De modo que nos presentamos con ellos y el señor nuncio se mostró muy complacido y hasta hizo tomar una vista de él, con el señor obispo, los indios y dos hermanas que estábamos presentes. Después nos obsequió con una copa de vino y salimos muy contentas de cómo se había manifes- tado el señor nuncio con la Congregación. Después fue el señor Builes a buscarme para referirme la entrevista y el por qué lo llamaba el señor nuncio, diciéndole que si él no hubiera venido a Medellín, el señor nuncio, habría ido a Santa Rosa. Tanto era lo que le interesaba el asunto que iba a tratarle. Comenzó por preguntarle si la iba bien con la Madre Laura, él contestó que magníficamente. ¡Ah! Muy bueno, le dijo el nuncio, es que quiero que se ponga de acuerdo con ella a ver si pueden fundar una comunidad de sacerdotes similares a ella, es que ese espíritu es el que se necesita hoy para las misiones. Es preciso que haya sacerdotes también, para que la Capítulo LVIII. El Seminario de Misiones