Manuel de Santiago Corchado
cristianos en una sociedad que pugna
por olvidar a Dios. Y es aquí, a mi juicio,
donde se incorpora a nuestro análisis el
concepto de «ética cristiana». Un concep-
to de perfi les aún poco defi nidos, que la
laicidad tiene obligación de reivindicar
ante la sociedad, y para lo cual, es preciso
tener claras las diferencias actuales entre
ética y moral.
3. Para los eticistas académicos —al
estilo de Cortina8— decir «ética» no es
lo mismo que decir «moral». Aunque la
palabra «ética» se utiliza frecuentemente
como sinónimo de «lo moral» en el hablar
cotidiano, desde la perspectiva de las
éticas modernas o postmodernas se dan
tantos contenidos diversos entre ambas
que vienen a constituir entidades dife-
rentes. La Ética entre expertos, también
denominada Filosofía Moral, trata de
aquella parte de la fi losofía que se dedica
básicamente a la refl exión sobre la moral.
Y precisamente porque pretende partir de
la fi losofía, es un tipo de saber o ámbito
del conocimiento que se intenta construir
desde solo una metodología fi losófi ca y
desde solo el pensamiento racional9. Aquí,
8
Cfr Cortina, Adela y Martínez, Emilio:
Ética, Ediciones Arial, S.A., 2001
9
Cfr. Joseph Ratzinger-Benedicto XVI:
EUROPA, raíces, identidad y misión, Editorial Ciudad
Nueva, Madrid, 2005. En el discurso en respuesta
a Habermas, antes aludido, el teólogo Joseph Ra-
tzinger, en un formidable esfuerzo de diálogo con
la secularidad entendida al modo de Habermas,
centra en la defensa de los derechos humanos el
núcleo de identidad común que pueda darse entre
el mundo secular y el mundo de la fe. Ratzinger no
tiembla al excluir el concepto de «naturaleza» —de
excelso contenido fundamentador en la historia de
la Iglesia— como base para un diálogo con el mun-
do. Aunque el derecho natural sigue siendo para la
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pues, una primera y radical diferencia: el
discurso de la ética no es el discurso de
la moral10.
Iglesia el argumento con el cual se apela a la razón
común en el diálogo con la sociedad —y desde
donde se buscan las bases para un entendimiento
sobre los principios del derecho—, en una sociedad
laica intercultural las distintas dimensiones a que
este concepto ha dado lugar lo excluyen para este
diálogo. No así la idea de los «derechos humanos»,
que se ha desgajado del derecho natural —a la que
el teólogo se acoge— con la salvedad de que «poco
significan si no se acepta previamente que el hom-
bre, por sí mismo, simplemente por su pertenencia
a la especie humana, es sujeto de derechos y su
existencia misma es portadora de valores y normas
que hay que descubrir, no que inventar». Al bioe-
ticista al que dirijo esta reflexión lo que interesa de
este modelo de discurso en el mundo, por el hoy
Sumo Pontífice, no es solo la fuerza inherente de su
argumentación, sino el talante de diálogo, la libertad
de regate cuando evita el recurso al concepto de
naturaleza o su reducción a un discurso racional en
defensa de la persona humana, la ausencia, en suma,
de expresiones salvíficas y el descenso al marco de
la ética como «método» o vehículo para el diálogo
con uno de los máximos representantes de la razón
«post-metafísica». ¿Acaso difiere esto del método de
un bioeticista que defiende el principio de la vida
humana con argumentos puramente biológicos o
filosóficos, como punto de partida para un diálogo
ulterior, desde la ética, con el mundo científico?.
10 Rhonheimer, Martín: La perspectiva de la
Moral, Fundamentos de la Ética filosófica, Rialp, Ma-
drid, (2000), páginas 31-40. Para Rhonheimer, en su
calidad de disciplina académica, la ética filosófica
posee un punto de partida propio y específico, jus-
tamente el mismo que el que posee la consciencia
moral: la auto-experiencia de «sí mismo» como
sujeto que actúa, que tiende a fines, que está afec-
tado por pasiones, que quiere o desea cosas, que
formula juicios racionales y que hace elecciones. Y
es precisamente por tener este punto de partida en
la autoexperiencia por lo que es , en este sentido
metodológico, autónoma. Como razón práctica abierta
al actuar humano, es y está en todos los hombres y
cualquier hombre —cualquier científico, cualquier
bioeticista— tiene y posee capacidad para dialogar
desde ella. Dios no es postulado aquí al modo kan-
tiano, como fundamento de la ética. Como vuelve
Cuad. Bioét. XVII, 2006/3ª