Luna de Sangre
Una aventura ilustrada
Una aventura ilustrada
## El Eco de la Ciudad Olvidada
Elara ajustó el trípode de su telescopio, el metal frío mordiéndole los dedos a través de los guantes gastados. La noche era un velo de terciopelo salpicado de diamantes, pero era la luna, pálida y soberbia, lo que cautivaba su atención. No era una luna cualquiera. Esta noche, en el cielo despejado sobre las colinas azotadas por el viento, se cernía una sombra, una anomalía sutil que solo un ojo entrenado como el suyo podría percibir. La curiosidad, esa llama incesante en su interior, la había llevado lejos de las luces familiares de su aldea, hacia las ruinas de lo que los ancianos llamaban la "Ciudad Olvidada". Dicen que allí habitaba un eco, un susurro del pasado que solo los verdaderamente perdidos podían oír. Elara, con sus ojos anchos y curiosos, y esa mechón rebelde de cabello cobrizo, buscaba precisamente eso: respuestas que las estrellas guardaban en silencio. El aire olía a polvo y a la promesa de lo desconocido.
El viento aullaba entre las estructuras de piedra desmoronada, arrancando suspiros de lo que alguna vez debieron ser majestuosos edificios. Elara sintió un escalofrío recorrer su espalda, no por el frío, sino por la palpable presencia de la historia. Se adentró en el laberinto de arcos rotos y columnas caídas, su linterna proyectando sombras danzantes sobre las inscripciones erosionadas. Cada paso era un crujido sobre fragmentos de un pasado que se negaba a ser completamente olvidado. Se imaginaba la vida que alguna vez vibró entre estos muros, las risas, el comercio, la energía de una civilización que ahora solo era polvo y memoria. Pero el eco que buscaba no era de alegría, sino de algo más profundo, algo teñido de urgencia.
##
Elara llegó a una sección de las ruinas donde el metal, corroído y retorcido, se erguía como monumentos a una tecnología olvidada. Vigas oxidadas se cruzaban en ángulos imposibles, y lo que parecían ser esqueletos de máquinas yacían esparcidos por el suelo. Era un contraste sombrío con la piedra ancestral, una herida de hierro en el corazón de la urbe antigua. Mientras examinaba un panel de control cubierto de musgo, un ruido la hizo sobresaltarse. No era el viento. Era un arrastrar lento, deliberado, que resonaba desde las profundidades de una estructura semienterrada.
Un anciano emergió de la penumbra, su figura alta y serena, su rostro un mapa de arrugas profundas y su mirada cargada de una sabiduría tranquila. Kael, el anciano de la aldea, se movía con la gracia de quien conoce cada piedra y cada sombra del lugar. Llevaba su bastón, tallado con símbolos que parecían palpitar con una luz propia tenue. "Buscas algo que el tiempo ha intentado borrar, niña", dijo Kael, su voz un murmullo grave que se mezclaba con el crujir del metal. Elara, aunque sorprendida por su presencia, no sintió miedo. En los ojos amables de Kael encontró un eco de su propia búsqueda. Él sabía.
##
Guiados por Kael, Elara y él se adentraron en el corazón de la ruina de hierro. El anciano reveló que esta ciudad no siempre había sido de piedra y óxido. Hubo un tiempo en que las máquinas cantaban, alimentadas por una energía que ahora solo era leyenda. El "eco" que Elara buscaba, explicó Kael, era el lamento de esa era perdida, una advertencia que se repetía a través de los siglos. Llegaron a una vasta cámara abovedada donde, en el centro, yacía una inmensa estructura mecánica, sus componentes inertes, pero su diseño emanaba una potencia latente. Elara reconoció en sus líneas la fuente de los extraños patrones que había visto en los paneles de control.
De repente, la extraña sombra lunar que Elara había notado en el cielo pareció descender, concentrándose en la cámara. Se materializó como una figura etérea, una silueta oscura contra la débil luz que se filtraba, palpitando con un interior carmesí. Era el Mensajero Lunar, un ser de tristeza y urgencia. Su presencia era abrumadora, no por su poder, sino por la profunda desolación que irradiaba. Parecía buscar algo entre las ruinas, sus movimientos espectrales llenos de una desesperación muda. Kael asintió, sus ojos fijos en la aparición. "La sombra que te guía, Elara. La memoria de lo que se perdió."
##
El Mensajero Lunar extendió una mano translúcida hacia el corazón mecánico. Un suave zumbido llenó la cámara, y el espectro pareció canalizar la energía residual de la máquina. Fragmentos de luz neón parpadearon en la oscuridad, como chispas de vida que intentaban regresar. Elara, observando la escena, sintió una punzada de comprensión. La ciudad no había caído por guerra ni cataclismo natural; se había consumido a sí misma, su propia ambición tecnológica la había llevado a la extinción, y el Mensajero era el guardián de su último suspiro, el heraldo de su fracaso. El "eco" era una canción de advertencia, una última melodía de neón para aquellos que quisieran escuchar.
Kael posó una mano en el hombro de Elara. "El Mensajero te ha mostrado la verdad. La ciudad pagó un precio terrible por su avance. Que su historia no sea en vano." El Mensajero Lunar, habiendo cumplido su propósito, comenzó a desvanecerse, su luz carmesí menguando hasta convertirse en un susurro de color contra el telón de fondo lunar, dejando tras de sí solo el eco de su tristeza y la promesa de una lección aprendida. Elara miró las ruinas, ya no con simple curiosidad, sino con una nueva profundidad de entendimiento y respeto. Las estrellas parecían un poco más sabias ahora.
Historieta generada dinámicamente.