825 fuera reservada con ellos. Mas, ¿quién detiene el torrente que baja de la montaña, ni quién podrá ponerle disimulo, doblez a mi alma, tratándose de un sacerdote? Tal vez, vuestra reverencia misma, habrá observado y conoce los mu- chos percances en que me ha metido mi sencillez con los sacerdotes, ¿no es verdad? Pues no está por demás, que le explique lo que pasa en mi alma y por lo que me es imposible usar con ellos de disimulo y doblez. (Esta última creo no usarla con nadie). Desde que hablo con un sacerdote, lo miro tan de mi alma, tan interesa- do en el bien de ella… Lo siento tan vecino a mi corazón, tan adherido a los mismos dolores, tan libre de las mezquinas pasiones que pudieran in- clinarlo a juzgar mal de mí, ni a dar interpretaciones desfavorables a mis palabras. Lo pienso tan en comunión con las ideas que creo buenas y per- fectas, que no me es posible dejar que mi palabra no vacíe mi corazón. Sé, sin embargo, que mis ideas del sacerdote son erróneas puesto que la expe- riencia me ha enseñado que aunque el sacerdote debiera ser lo que yo supongo, no lo es en realidad, debido a que también es humano y está expuesto a todas las enfermedades del corazón y de la mente a que esta- mos expuestos todos. No me resuelvo jamás a pensar que con quien ac- tualmente hablo, sea uno de los enfermos y si me viene la idea, antes de alzar el juicio, me digo; Si no fuera sincero ese padre, nada pierdo con serlo yo, porque Dios en obsequio a mi verdad, me sacará bien, peor cosa sería que yo levantara un juicio temerario, ahora. Así pienso, padre, y me confío con suma facilidad aunque noto que allí mismo, le están dando interpretación torcida a mis palabras. Mucho conoció el padre Elías esto en mí, cuando me hacía el encargo de ser muy reservada con sus hermanos en religión y me anticipaba di- ciendo: Es que yo sé que su ingenuidad y sencillez es calificada por mu- chos como astucia y vanidad. Pues también en esta vez caí en la trampa; le fui sencilla al padre Alfredo refiriéndole cuanto había arreglado con el señor prefecto. Se puso muy contento, y cuando le hablé de la base carmelitana de nuestras constitucio- nes, me dijo: ¡Ahora ya no me fastidiará nada de esta congregación: Todo lo veré bien; ni vuelva a preguntarme cómo me gustan las cosas, porque ya me gustará todo, absolutamente todo! Capítulo XLIX. Mi actitud con los sacerdotes