775 Pues, después de la visita, salió diciéndoles a todos que no había indios. Sin embargo, en Medellín, en donde me encontré con él, no me dijo nada sino simplemente que había visitado las casas. En esta vez, creo que nada me dijo ni a favor ni en contra de la Congregación, no obstante ha- berle consultado muchas cosas. Pero sin duda, Dios permitía que él no nos fuera franco desde el principio, para darnos tiempo de trabajar un tiempecito más por esos indiecitos que tanto le duelen. Dificultades con el capellán Después, si no recuerdo mal, se fue a Europa, y mientras tanto, el reve- rendo Padre Alfredo se orientó en cuanto necesitaba para hacerme todo el mal posible. Desde el principio dije a las hermanas de la necesidad de soportarlo todo, mirándolo como venido de manos de Dios para mostrar- nos lo poco que valíamos, cuando el padre se había encargado de hacérnoslo ver, por medio del menosprecio con que nos trataba y trataba todo lo rela- tivo a los indios. Así pasó mucho tiempo. Después ensayé, cuando ya la hostilidad llegó a hacerme temer por los indios, pues los trataba duramente y les negaba los sacramentos así como a las Hermanas, ensayé, digo, diciéndole al señor prefecto, para que nos dijera cómo habíamos de portarnos. Con toda la ingenuidad del caso y sin amargura ninguna, le hablaba de esto al señor prefecto y siempre me con- testaba: no sé lo que deben hacer, porque este padre es malo de corazón y no les perdona que existan. Él lo ha dicho! Y yo no intervengo porque es hacerles las cosas más delicadas y ponerlas en peores dificultades, porque él no me atenderá. No sabía yo entonces que estaban de acuerdo; pero por majadera, por- que ya el padre Luis me lo había dicho, cuando al llegar a Medellín, de la fundación de Uré, fue a visitarme, y con aire de triunfo me dijo que habían puesto en Dabeiba este padre, y que iba a acabar con nosotras. Y él y el señor prefecto habían sido los de los nombramientos. Pero así he sido: nunca se me ocurre darle ningún alcance a lo que tiene lados a juicios malos del prójimo, necesito ver las cosas ya encima y oír el látigo. Ensayé después hablando con el mismo padre, claramente y compro- metiéndome a darle gusto en todo. Menos resultado dio esto, porque se burlaba de mí. Después ensayé ver, si a fuerza de atenciones, amor, respe- to y favores, lograba cambiarlo. Menos todavía conseguí. ¡Pues Dios mío! Les dije a las Hermanas que como todo se había de cambiar en conversión Capítulo XLVII. Dificultades con el padre Alfredo