37 PRÓLOGO DE LA AUTORA Con caridad perpetua te amé y por eso te atraje a mí (Jer. 31,3) Reverendo Padre: Entra en mi programa, obedecer hasta morir, porque si el amor es fuerte como la muerte, su hija la obediencia lo ha de ser también. Por eso, pasan- do por encima de mi deseo de quedar olvidada, comienzo a escribir esto, que puedo llamar la historia de las misericordias de Dios en un alma. Hágase Dios mío vuestra voluntad. Siempre he amado más esta adora- ble voluntad, cuando me sacrifica; mas, he de confesarlo: En el presente caso, siento toda la amargura del sacrificio y no sé por qué lo es. ¿Cómo ha de ser sacrificio para un alma el dar a las almas lo que su Dueño para ellas le entregó? ¡Mal andarían las cosas! ¿Será que, sin que- rerlo, me he alzado con alguna parte del depósito sagrado? Si así fuere, perdóneme Dios, ya que voy a cumplir este acto de justicia. Me olvidaré por completo del carácter humano de vuestra reverencia. No atenderé sino al sacerdotal; veré algo más, si cabe: a Cristo Jesús en sus relaciones con mi alma y por eso no guardaré consideraciones de mol- de humano; le escribiré como si lo hiciera a Dios mismo, porque si no es a Dios mismo no es posible mostrarle lo que ÉL ha guardado en el relicario más cerrado, cual es el alma humana. ¿No le parece padre mío? Para hacer estas confidencias no tengo las rejas del confesionario; pero cuento con la promesa del sigilo y sé además que por mal que exprese lo que en lengua humana no puede expresarse con fidelidad, seré comprendi- da porque el. Espíritu Santo le acompaña. La fe vale más que los sentidos. ¿No es verdad? Éstas son las fuentes de la libertad con que me prometo escribir esto. Supongo que vuestra reverencia no estará todavía muy hecho a mi modo de entender y de expresar las cosas, que, según me han dicho, es raro y un poco fuera del carril común; quizás porque, casi siempre que pienso o hablo, me pongo del lado de Dios y como lo ordinario es que se piense y se